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Escena: La casa de Bernarda Alba.

Obra: La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca.


Cuatro personajes: Madaglena, Adela, Martirio, La poncia. Una extra: La criada.

Acto II, segunda parte.


(Sale Magdalena con Adela.)
Magdalena: Pues, ¿no estabas dormida?
Adela: Tengo mal cuerpo.
Martirio: (Con intención.) ¿Es que no has dormido bien esta noche?
Adela: Sí.
Martirio: ¿Entonces?
Adela: (Fuerte) ¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando, no tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!
Martirio: ¡Sólo es interés por ti!
Adela: Interés o inquisición. ¿No estabais cosiendo? Pues seguir. ¡Quisiera ser invisible, pasar por las habitaciones sin que me preguntarais dónde voy!
Criada: (Entra) Bernarda os llama. Está el hombre de los encajes.
(Salen.)
(Al salir, Martirio mira fijamente a Adela)
Adela: ¡No me mires más! Si quieres te daré mis ojos, que son frescos, y mis espaldas, para que te compongas la joroba que tienes, pero vuelve la cabeza cuando yo pase.
(Se va Martirio)
La Poncia: ¡Adela, que es tu hermana, y además la que más te quiere!
Adela: Me sigue a todos lados. A veces se asoma a mi cuarto para ver si duermo. No me deja respirar. Y siempre: "¡Qué lástima de cara! ¡Qué lástima de cuerpo, que no va a ser para nadie!" ¡Y eso no! Mi cuerpo será de quien yo quiera!
La Poncia: (Con intención y en voz baja) De Pepe el Romano, ¿no es eso?
Adela: (Sobrecogida) ¿Qué dices?
La Poncia: ¡Lo que digo, Adela!
Adela: ¡Calla!
La Poncia: (Alto) ¿Crees que no me he fijado?
Adela: ¡Baja la voz!
La Poncia: ¡Mata esos pensamientos!
Adela: ¿Qué sabes tú?
La Poncia: Las viejas vemos a través de las paredes. ¿Dónde vas de noche cuando te levantas?
Adela: ¡Ciega debías estar!
La Poncia: Con la cabeza y las manos llenas de ojos cuando se trata de lo que se trata. Por mucho que pienso no sé lo que te propones. ¿Por qué te pusiste casi desnuda con la luz encendida y la ventana abierta al pasar Pepe el segundo día que vino a hablar con tu hermana?
Adela: ¡Eso no es verdad!
La Poncia: ¡No seas como los niños chicos! Deja en paz a tu hermana y si Pepe el Romano te gusta te aguantas. (Adela llora.)Además, ¿quién dice que no te puedas casar con él? Tu hermana Angustias es una enferma. Ésa no resiste el primer parto. Es estrecha de cintura, vieja, y con mi conocimiento te digo que se morirá. Entonces Pepe hará lo que hacen todos los viudos de esta tierra: se casará con la más joven, la más hermosa, y ésa eres tú. Alimenta esa esperanza, olvídalo. Lo que quieras, pero no vayas contra la ley de Dios.
Adela: ¡Calla!
La Poncia: ¡No callo!
Adela: Métete en tus cosas, ¡oledora! ¡pérfida!
La Poncia: ¡Sombra tuya he de ser!
Adela: En vez de limpiar la casa y acostarte para rezar a tus muertos, buscas como una vieja marrana asuntos de hombres y mujeres para babosear en ellos.
La Poncia: ¡Velo! Para que las gentes no escupan al pasar por esta puerta.
Adela: ¡Qué cariño tan grande te ha entrado de pronto por mi hermana!
La Poncia: No os tengo ley a ninguna, pero quiero vivir en casa decente. ¡No quiero mancharme de vieja!
Adela: Es inútil tu consejo. Ya es tarde. No por encima de ti, que eres una criada, por encima de mi madre saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado por piernas y boca. ¿ Qué puedes decir de mí? Que me encierro en mi cuarto y no abro la puerta? ¿Que no duermo? ¡Soy más lista que tú! Mira a ver si puedes agarrar la liebre con tus manos.
La Poncia: No me desafíes. ¡Adela, no me desafíes! Porque yo puedo dar voces, encender luces y hacer que toquen las campanas.
Adela: Trae cuatro mil bengalas amarillas y ponlas en las bardas del corral. Nadie podrá evitar que suceda lo que tiene que suceder.
La Poncia: ¡Tanto te gusta ese hombre!
Adela: ¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente.
La Poncia: Yo no te puedo oír.
Adela: ¡Pues me oirás! Te he tenido miedo. ¡Pero ya soy más fuerte que tú!
(Entra Angustias)
Angustias: ¡Siempre discutiendo!
La Poncia: Claro, se empeña en que, con el calor que hace, vaya a traerle no sé qué cosa de la tienda.
Angustias: ¿Me compraste el bote de esencia?
La Poncia: El más caro. Y los polvos. En la mesa de tu cuarto los he puesto.
(Sale Angustias)
Adela: ¡Y chitón!
La Poncia: ¡Lo veremos!
(Entran Martirio, Amelia y Magdalena)
Magdalena: (A Adela)¿Has visto los encajes?
Amelia: Los de Angustias para sus sábanas de novia son preciosos.
Adela: (A Martirio, que trae unos encajes) ¿Y éstos?
Martirio: Son para mí. Para una camisa.
Adela: (Con sarcasmo) ¡Se necesita buen humor!
Martirio: (Con intención) Para verlos yo. No necesito lucirme ante nadie.
La Poncia: Nadie la ve a una en camisa.
Martirio: (Con intención y mirando a Adela) ¡A veces! Pero me encanta la ropa interior. Si fuera rica la tendría de holanda. Es uno de los pocos gustos que me quedan.
La Poncia: Estos encajes son preciosos para las gorras de niño, para mantehuelos de cristianar. Yo nunca pude usarlos en los míos. A ver si ahora Angustias los usa en los suyos. Como le dé por tener crías vais a estar cosiendo mañana y tarde.
Magdalena: Yo no pienso dar una puntada.
Amelia: Y mucho menos cuidar niños ajenos. Mira tú cómo están las vecinas del callejón, sacrificadas por cuatro monigotes.
La Poncia: Ésas están mejor que vosotras. ¡Siquiera allí se ríe y se oyen porrazos!
Martirio: Pues vete a servir con ellas.
La Poncia: No. ¡Ya me ha tocado en suerte este convento!

Yerma (Escena)

Obra: Yerma, de Federico Garcia Lorca


Acto primero

CUADRO PRIMERO


(Al levantarse el telón está Yerma dormida con un tabanque de costura a los pies. Suena el reloj.  La luz azul se cambia por una alegre luz de mañana de primavera. Yerma se despierta.)

- YERMA:
Juan. ¿Me oyes? Juan.

- JUAN: Voy.
- YERMA: Ya es la hora.
- JUAN: ¿Pasaron las yuntas?
- Yerma: Ya pasaron todas.
- JUAN: Hasta luego. (Va a salir.)
- YERMA: ¿No tomas un vaso de leche?
- JUAN: ¿Para qué?
- YERMA: Trabajas mucho y no tienes tú cuerpo para resistir los trabajos.
- JUAN: Cuando los hombres se quedan enjutos se ponen fuertes, como el acero.
- YERMA: Pero tú no. Cuando nos casamos eras otro. Ahora tienes la cara blanca como si no te diera en ella el sol. A mí me gustaría que fueras al río y nadaras, y que te subieras al tejado cuando la lluvia cala nuestra vivienda. Veinticuatro meses llevamos casados y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés.
- JUAN: ¿Has acabado?
- YERMA: (Levantándose.) No lo tomes a mal. Si yo estuviera enferma me gustaría que tú me cuidases. «Mi mujer está enferma: voy a matar este cordero para hacerle un buen guiso de carne. Mi mujer está enferma: voy a guardar esta enjundia de gallina para aliviar su pecho; voy a llevarle esta piel de oveja para guardar sus pies de la nieve.» Así soy yo. Por eso te cuido.
- JUAN: Y yo te lo agradezco.
- YERMA: Pero no te dejas cuidar.
- JUAN: Es que no tengo nada. Todas esas cosas son suposiciones tuyas. Trabajo mucho. Cada año seré más viejo.
- YERMA: Cada año... Tú y yo seguiremos aquí cada año...
- JUAN: (Sonriente.) Naturalmente. Y bien sosegados. Las cosas de la labor van bien, no tenemos hijos que gasten.
- YERMA: No tenemos hijos... ¡Juan!
- JUAN: Dime.
- YERMA: ¿Es que yo no te quiero a ti?
- JUAN: Me quieres.
- YERMA: Yo conozco muchachas que han temblado y lloraron antes de entrar en la cama
con sus maridos. ¿Lloré yo la primera vez que me acosté contigo? ¿No cantaba al levantar los embozos de Holanda? ¿Y no te dije: « ¡Cómo huelen a manzana estas ropas!?
- JUAN: ¡Eso dijiste!
- YERMA: Mi madre lloró porque no sentí separarme de ella. ¡Y era verdad! Nadie se casó con más alegría. Y sin embargo...
- JUAN: Calla.
- YERMA: Callo. Y sin embargo...
- JUAN: Demasiado trabajo tengo yo con oír en todo momento...
- YERMA: No. No me repitas lo que dicen. Yo veo por mis ojos que eso no puede ser... A fuerza de caer la lluvia sobre las piedras éstas se ablandan y hacen crecer jaramagos, que las gentes dicen que no sirven para nada. Los jaramagos no sirven para nada, pero yo bien los veo mover sus flores amarillas en el aire.
- JUAN: ¡Hay que esperar!
- YERMA: ¡Sí, queriendo! (Yerma abraza y besa al Marido, tomando ella la iniciativa.)
- JUAN: Si necesitas algo me lo dices y lo traeré. Ya sabes que no me gusta que salgas.
- YERMA: Nunca salgo.
- JUAN: Estás mejor aquí.
- YERMA: Sí.
- JUAN: La calle es para la gente desocupada.
- YERMA: (Sombría.) Claro.

(El Marido sale y Yerma se dirige a la costura, se pasa la mano por el vientre, alza los brazos en un hermoso bostezo y se sienta a coser.)

- Yerma: ¿De dónde vienes, amor, mi niño?
«De la cresta del duro frío.» (Enhebra la aguja)
¿Qué necesitas, amor, mi niño?
«La tibia tela de tu vestido.»
¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuentes alrededor!
(Como si hablara con un niño.)
En el patio ladra el perro, en los árboles canta el viento.
Los bueyes mugen al boyero y la luna me riza los cabellos.
¿Qué pides, niño, desde tan lejos?
(Pausa)
«Los blancos montes que hay en tu pecho.»
¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuentes alrededor!
(Cosiendo)
Te diré, niño mío, que sí.  Tronchada y rota soy para ti.
¡Cómo me duele esta cintura donde tendrás primera cuna!
¿Cuándo, mi niño, vas a venir?
(Pausa)
«Cuando tu carne huela a jazmín.
¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuentes alrededor!


(Yerma queda cantando. Por la puerta entra María, que viene con un lío de ropa.)

- YERMA: ¿De dónde vienes?
- MARÍA: De la tienda.
- YERMA: ¿De la tienda tan temprano?
- MARÍA: Por mi gusto hubiera esperado en la puerta a que abrieran. ¿Y a que no sabes  lo que he comprado?
- YERMA: Habrás comprado café para el desayuno, azúcar, los panes.
- MARÍA: No. He comprado encajes, tres varas de hilo, cintas y lana de color para hacer madroños. El dinero lo tenía mi marido y me lo ha dado él mismo.
- YERMA: Te vas a hacer una blusa.
- MARÍA: No, es porque... ¿sabes?
- YERMA: ¿Qué?
- MARÍA: Porque ¡ya ha llegado! (Queda con la cabeza baja.)
(Yerma se levanta y queda mirándola con admiración.)
- YERMA: ¡A los cinco meses!
- MARÍA: Sí.
- YERMA: ¿Te has dado cuenta de ello?
- MARÍA: Naturalmente.
- YERMA: (Con curiosidad.)¿Y qué sientes?
- MARÍA: No sé. (Pausa.) Angustia.
- YERMA: Angustia. (Agarrada a ella.) Pero... ¿cuándo llegó? Dime... Tú estabas
descuidada...
- MARÍA: Sí, descuidada...
- YERMA: Estarías cantando, ¿verdad? Yo canto. ¿Tú?..., dime
- MARÍA: No me preguntes. ¿No has tenido nunca un pájaro vivo apretado en la mano?
- YERMA: Sí.
- MARÍA: Pues lo mismo... pero por dentro de la sangre.
- YERMA: ¡Qué hermosura! (La mira extraviada.)
- MARÍA: Estoy aturdida. No sé nada.
- YERMA: ¿De qué?
- MARÍA: De lo que tengo que hacer. Le preguntaré a mi madre.
- YERMA: ¿Para qué? Ya está vieja y habrá olvidado estas cosas. No andes mucho y cuando respires respira tan suave como si tuvieras una rosa entre los dientes.
- MARÍA: Oye, dicen que más adelante te empuja suavemente con las piernecitas.
- YERMA: Y entonces es cuando se le quiere más, cuando se dice ya ¡mi hijo!
- MARÍA: En medio de todo tengo vergüenza.
- YERMA: ¿Qué ha dicho tu marido?
- MARÍA: Nada.
- YERMA: ¿Te quiere mucho?
- MARÍA:
No me lo dice, pero se pone junto a mí y sus ojos tiemblan como dos hojas verdes.
- YERMA: ¿Sabía él que tú...?
- MARÍA: Sí.
- YERMA: ¿Y por qué lo sabía?
- MARÍA: No sé. Pero la noche que nos casamos me lo decía
constantemente con su boca puesta en mi mejilla, tanto que a mí me parece que mi niño es un palomo de lumbre que él me deslizó por la oreja.
- YERMA: ¡Dichosa!
- MARÍA: Pero tú estás más enterada de e esto que yo.
- YERMA: ¿De qué me sirve?
- MARÍA: ¡Es verdad! ¿Por qué será eso? De todas las novias de tu tiempo tú eres la
única...
- YERMA: Es así. Claro que todavía es tiempo. Elena tardó tres años, y otras antiguas, del tiempo de mi madre, mucho más, pero dos años y veinte días, como yo, es  demasiada espera. Pienso que no es justo que yo me consuma aquí. Muchas veces salgo descalza al patio para pisar la tierra, no sé por qué. Si sigo así, acabaré volviéndome mala.
- MARÍA: ¡Pero ven acá, criatura! Hablas como si fueras una vieja. ¡Qué digo! Nadie puede quejarse de estas cosas. Una hermana de mi madre lo tuvo a los catorce años, ¡y si vieras qué hermosura de niño!
- YERMA: (Con ansiedad.) ¿Qué hacía?
- MARÍA: Lloraba como un torito, con la fuerza de mil cigarras cantando a la vez, y nos
orinaba y nos tiraba de las trenzas y, cuando tuvo cuatro meses, nos llenaba la cara de  arañazos.
- YERMA: (Riendo.) Pero esas cosas no duelen.
- MARÍA: Te diré...
- YERMA: ¡Bah! Yo he visto a mi hermana dar de mamar a su niño con el pecho lleno  de grietas y le producía un gran dolor, pero era un dolor fresco, bueno, necesario para la  salud.
- MARÍA: Dicen que con los hijos se sufre mucho.
- YERMA: Mentira. Eso lo dicen las madres débiles, las quejumbrosas. ¿Para qué los tienen? Tener un hijo no es tener un ramo de rosas. Hemos de sufrir para verlos crecer.
Yo pienso que se nos va la mitad de nuestra sangre. Pero esto es bueno, sano, hermoso. Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos, y cuando no los tienen se les vuelve
veneno, como me va a pasar a mí.
- MARÍA: No sé lo que tengo.
- YERMA: Siempre oí decir que las primerizas tienen susto.
- MARÍA: (Tímida.) Veremos... Como tú coses tan bien...
- YERMA: (Cogiendo el lío.) Trae. Te cortaré los trajecitos. ¿Y esto?
- MARÍA: Son los pañales.
- YERMA: Bien. (Se sienta.)
- MARÍA:   Entonces... Hasta luego.
(Se acerca y Yerma le coge amorosamente el vientre con las manos.)
- YERMA: No corras por las piedras de la calle.
- MARÍA: Adiós. (La besa. Sale.)
- YERMA: ¡Vuelve pronto! (Yerma queda en la misma actitud que al principio. Coge las
tijeras y empieza a cortar. Sale Víctor.)
Adiós, Víctor.

- VÍCTOR: (Es profundo y lleno de firme gravedad.) ¿Y Juan?
- YERMA: En el campo.
- VÍCTOR: ¿Qué coses?
- YERMA: Corto unos pañales.
- VÍCTOR: (Sonriente.) ¡Vamos!
- YERMA: (Ríe.) Los voy a rodear de encajes.
- VÍCTOR: Si es niña le pondrás tu nombre.
- YERMA: (Temblando.) ¿Cómo?...
- VÍCTOR: Me alegro por ti.
- YERMA: (Casi ahogada.) No..., no son para mí. Son para el hijo de María
- VÍCTOR: Bueno, pues a ver si con el ejemplo te animas. En esta casa hace falta un niño.
- YERMA: (Con angustia.) Hace falta.
- VÍCTOR: Pues adelante. Dile a tu marido que piense menos en el trabajo. Quiere juntar  dinero y lo juntará, pero ¿a quién lo va a dejar cuando se muera? Yo me voy con las ovejas. Le dices a Juan que recoja las dos que me compró. Y en cuanto a lo otro..., ¡que
ahonde! (Se va sonriente.)
- YERMA: (Con pasión.) Eso; ¡que ahonde!

(Yerma, que en actitud pensativa se levanta y acude al sitio donde ha estado Víctor y respira fuertemente como si aspirara aire de montaña, después va al otro lado de la habitación, como buscando algo, y de allí vuelve a sentarse y coge otra vez la costura. Comienza a coser y queda con los ojos fijos en un punto.)

TELÓN.

Bodas de sangre.Escena de "La luna y la muerte (Mendiga)."


Obra : Bodas de sangre, de Federico Garcia Lorca

Luna:
Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrid tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada.
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente!, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme! (A las ramas.)
No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.
(Desaparece entre los troncos y vuelve la escena a su luz oscura. Sale una anciana totalmente cubierta por tenues paños verdeoscuros. Lleva los pies descalzos. Apenas si se le verá el rostro entre los pliegues. Este personaje no figura en el reparto.)

Mendiga:
Esa luna se va, y ellos se acercan.
De aquí no pasan. El rumor del río
apagará con el rumor de troncos
el desgarrado vuelo de los gritos.
Aquí ha de ser, y pronto. Estoy cansada.
Abren los cofres, y los blancos hilos
aguardan por el suelo de la alcoba
cuerpos pesados con el cuello herido.
No se despierte un pájaro y la brisa,
recogiendo en su falda los gemidos,
huya con ellos por las negras copas
o los entierre por el blanco limo.
¡Esa luna, esa luna! (Impaciente.)
¡Esa luna, esa luna!
(Aparece la luna. Vuelve la luz intensa.)

Luna:
Ya se acercan.
Unos por la cañada y otros por el río.
Voy a alumbrar las piedras. ¿Qué necesitas?
Mendiga:
Nada.
Luna:
El aire va llegando duro, con doble filo.
Mendiga:
Ilumina el chaleco y aparta los botones,
que después las navajas ya saben el camino.
Luna:
Pero que tarden mucho en morir. Que la sangre
me ponga entre los dedos su delicado silbo.
¡Mira que ya mis valles de ceniza despiertan
en ansia de esta fuente de chorro estremecido!
Mendiga: No dejemos que pasen el arroyo. ¡Silencio!

Luna: ¡Allí vienen!

(Se va. Queda la escena a oscuras.)

Mendiga:
¡De prisa! Mucha luz. ¿Me has oído?
¡No pueden escaparse!

BODAS DE SANGRE (Escena Madre, novia & vecina)

Obra: Bodas de Sangre, de Federico Garcia Lorca


NIÑA.-
Sobre la flor del oro
traen a los muertos del arroyo.
Morenito el uno,
Morenito el otro.
¡Qué ruiseñor de sombra vuela y gime
Sobre la flor del oro!
(Se va. Queda la escena sola. Aparece la MADRE con una VECINA. La VECINA viene llorando.)
MADRE.-Calla.
VECINA.-No puedo.
MADRE.-Calla, he dicho. (En la puerta.) ¿No hay nadie aquí? (Se lleva las manos a la frente.) Debía contestarme mi hijo. Pero mi hijo es ya un brazado de flores secas. Mi hijo es ya una voz oscura detrás de los montes. (Con rabia a la VECINA.) ¿Te quieres callar? No quiero llantos en esta casa. Vuestras lágrimas son lágrimas de los ojos nada más, y las mías vendrán cuando yo esté sola, de las plantas de los pies, de mis raíces, y serán más ardientes que la sangre.
VECINA.-Vente a mi casa; no te quedes aquí.
MADRE. Aquí. Aquí quiero estar. Y tranquila. Ya todos están muertos. A medianoche dormiré, dormiré sin que ya me aterren la escopeta o el cuchillo. Otras madres se asomarán a las ventanas, azotadas por la lluvia, para ver el rostro de sus hijos. Yo no. Yo haré con mi sueño una fría paloma de marfil que lleve camelias de escarcha sobre el camposanto. Pero no; camposanto no, camposanto no: lecho de tierra, cama que los cobija y que los mece por el cielo. (Entra una mujer de negro que se dirige a la derecha y allí se arrodilla. A la VECINA.) Quítate las manos de la cara. Hemos de pasar días terribles. No quiero ver a nadie. La tierra y yo. Mi llanto y yo. Y estas cuatro paredes. ¡Ay! ¡Ay! (Se sienta transida.)
VECINA.-Ten caridad de ti misma.
MADRE.- (Echándose el pelo hacia atrás.) He de estar serena. (Se sienta.) Porque vendrán las vecinas y no quiero que me vean tan pobre. ¡Tan pobre! Una mujer que no tiene un hijo siquiera que poderse llevar a los labios.
 (Aparece la novia. Viene sin azahar y con un manto negro.)
Vecina: (Viendo a la Novia, con rabia.) ¿Dónde vas?
Novia: Aquí vengo.
Madre: (A la Vecina.) ¿Quién es?
Vecina: ¿No la reconoces?
Madre: Por eso pregunto quién es. Porque tengo que no reconocerla, para no clavarle mis dientes en el cuello. ¡Víbora! (Se dirige hacia la Novia con ademán fulminante; se detiene. A la Vecina.) ¿La ves? Está ahí, y está llorando, y yo quieta, sin arrancarle los ojos. No me entiendo. ¿Será que yo no quería a mi hijo? Pero, ¿y su honra? ¿Dónde está su honra? (Golpea a la Novia. Esta cae al suelo.)
Vecina: ¡Por Dios! (Trata de separarlas.)
Novia: (A la Vecina.) Déjala; he venido para que me mate y que me lleven con ellos. (A la Madre.) Pero no con las manos; con garfios de alambre, con una hoz, y con fuerza, hasta que se rompa en mis huesos. ¡Déjala! Que quiero que sepa que yo soy limpia, que estaré loca, pero que me puedan enterrar sin que ningún hombre se haya mirado en la blancura de mis pechos.
Madre: Calla, calla; ¿qué me importa eso a mí?
Novia: ¡Porque yo me fui con el otro, me fui! (Con angustia.) Tú también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y yo corría con tu hijo que era como un niñito de agua fría, y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!; yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos!