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Monólogo. Un sueño azul para morir. (1)

Obra: Un sueño azul para morir, de Haffe Serulle.

La mujer:
Nos conocimos cuando el sol se detuvo en los primeros peldaños del alba. Ya el siglo había alcanzado su madurez. Por entonces, yo no conocía la palabra muerte porque a mi pido solo llegaban canciones y mensajes de amor. ¡Hasta las piedras se amaban! Se amaban as rocas y se amaban las hojas que adornaban los pastos. La pubertad me sorprendió a su lado. Como todas las partes de mi cuerpo crecieron en busca del sol, él se asombraba al verme. En mi se despertó un raro deseo de navegar a la deriva, pero junto a él. A veces, lo veía pasar por mi lado como un fantasma. Siempre me pareció irreal. Sus gestos, su forma de moverse, su cara pintada de infancia... Y luego su voz. ¡Qué dulce era su voz! ¡Cuánta armonía en cada palabra suya!¡Y cuanta ingenuidad! "¿Quieres probar el sabor de los sueños que fabrica mi boca?", me dijo una noche, tras una densa lluvia. Temblé de pura emoción. Sentí el amor expandirse por mis huesos. Mi sangre, cual agua hirviente, se desbordó. Fui presa de los signos ocultos del amor. Entonces se presentaron ante mí las sombras del misterio.

Monólogo de Segismundo (2)

Obra: La vida es sueño, de Calderón de la Barca.


SEGISMUNDO
Es verdad pues reprimamos
Esta fiera condición
Esta furia esta ambición
y por si alguna vez soñamos
Y asi haremos pues estamos
en un mundo tan singular
que el vivir solo es soñar
y la experiencia me enseña
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en 
el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Monólogo: Rey Lear.

Obra: El rey Lear, de Williams Shakespeare.

(Fusión de dialogo)

Entra el Rey Lear, trayendo en brazos a Cordelia muerta. Edgardo, nobles y soldados).
REY LEAR
¡Aúllen, aúllen, aúllen, hombres de piedra! ¡Si yo tuviera su voz y sus ojos me serviría de ellos hasta derrumbar la bóveda del cielo! ¡Se fue para siempre! Bien sé cuándo es la muerte y cuándo es la vida. Muerta está como la tierra. Traigan un espejo, si su aliento empaña el cristal es que aún vive. Esta pluma se mueve ... ¡Vive! Si así fuera, compensado quedaría cuanto he padecido. Aparta, te lo ruego. ¡Mala peste caiga sobre ustedes! ¡Todos asesinos, todos traidores! ¡Yo hubiera podido salvarla; ahora la perdí para siempre! ¡Cordelia, Cordelia, espera un poco! ¿Qué? ... ¿Qué dices? Su voz era melodiosa, afable, apagada, estimable cualidad en la mujer ... Maté al esclavo que la ahorcaba. ¿No es verdad, amigo? Un tiempo fue en que mi tajante cimitarra los hiciera brincar a todos. Ahora soy viejo, y las desdichas me acabaron. ¿Quién eres? Mis ojos ya no ven; mas te lo diré pronto.
¡Y ahorcaron a mi pobre loquilla!! ¡No, no vive! ¿Por qué un perro, un caballo, un ratón tienen vida, y tú no? ¡No, no volverás nunca! ... ¡Nunca, nunca, nunca, nunca, nunca! ... Por favor, suéltenme este botón. Gracias, señor. ¿Ven esto? Mírenla, miren su boca, mírenla, mírenla...
(Muere).

Monólogo de Hamlet: Ser o no ser

Obra: Hamlet, de William Shakespeare

.Ser o no ser. He hay  el problema.
¿Qué es más elevado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante Fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas?  ¡Morir! Dormir… no más ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir… dormir! ¡Dormir… tal vez soñar!

¡Sí, ahí está el obstáculo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio!

Porque… ¿Quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno; cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos?

Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes; y así los primitivos matices de la resolución desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayores alientos e importancia, por esa consideración, tuercen su curso y dejan de tener nombre de acción…

Pero ¡silencio!… ¡La hermosa Ofelia! Ninfa, en tus plegarias acuérdate de mis pecados.

Monólogo Laurencia (Fuenteovejuna)

Obra: Fuenteovejuna, de Lope de Vega

Laurencia
                


No me nombres
tu hija.

Por muchas razones,
y sean las principales:
porque dejas que me roben
tiranos sin que me vengues,
traidores sin que me cobres.
Aún no era yo de Frondoso,
para que digas que tome,
como marido, venganza;
que aquí por tu cuenta corre;
que en tanto que de las bodas
no haya llegado la noche,
del padre, y no del marido,
la obligación presupone;
que en tanto que no me entregan
una joya, aunque la compren,
no ha de correr por mi cuenta
las guardas ni los ladrones.
Llevóme de vuestros ojos
a su casa Fernán Gómez;
la oveja al lobo dejáis
como cobardes pastores.
¿Qué dagas no vi en mi pecho?
¿Qué desatinos enormes,
qué palabras, qué amenazas,
y qué delitos atroces,
por rendir mi castidad
a sus apetitos torpes?
Mis cabellos ¿no lo dicen?
¿No se ven aquí los golpes
de la sangre y las señales?
¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
las entrañas de dolor,
de verme en tantos dolores?
Ovejas sois, bien lo dice
de Fuenteovejuna el hombre.
Dadme unas armas a mí
pues sois piedras, pues sois tigres...
--Tigres no, porque feroces
siguen quien roba sus hijos,
matando los cazadores
antes que entren por el mar
y pos sus ondas se arrojen.
Liebres cobardes nacisteis;
bárbaros sois, no españoles.
Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!
Poneos ruecas en la cinta.
¿Para qué os ceñís estoques?
¡Vive Dios, que he de trazar
que solas mujeres cobren
la honra de estos tiranos,
la sangre de estos traidores,
y que os han de tirar piedras
hilanderas, maricones,
amujerados, cobardes,
y que mañana os adornen
nuestras tocas y basquiñas,
solimanes y colores!
A Frondoso quiere ya,
sin sentencia, sin pregones,
colgar el comendador
de la almena de una torre;
de todos hará lo mismo;
y yo me huelgo, medio hombres,
por que quede sin mujeres
esta villa honrada, y torne
aquel siglo de amazonas,
eterno espanto del orbe.

Monólogo Segismundo (1)

Obra: La vida es sueño, de Calderón de la Barca.

SEGISMUNDO

¡Ay mísero de mí, ay, infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido:
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,          
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
dejando a una parte, cielos,  
el delito de nacer,
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron, 
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma        
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;   
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
gracias al docto pincel,
cuando, atrevida y cruel
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;      
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas, bajel de escamas, 
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;       
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,      
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huida; 
¿y teniendo yo más vida
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho         
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón,
negar a los hombres sabe
privilegio tan süave,
excepción tan principal,           
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?


Monólogo de Laurencia

Laurencia
                                        (La dama del olivar, Tirso de molina)


¿Qué hacéis aquí maricones,
Hombres sólo en apariencia,
En conversación infame,
Que no sentís vuestra afrenta?
Gallinas, y aun no gallinas,
Pues ya saben volver estas
Los picos contra el milano
Que sus polluelos les lleva.
¿Qué pastor hay tan cobarde
Que con gritos, hondas, piedras,
No libre del lobo vil
 la ya acometida oveja?
Una hormiga, si la quitan
El grano que avara encierra,
Muerde atrevida al contrario.
Un mosquito se sustenta
de la sangre de un león,
y hasta la más torpe abeja
acomete vengativa
a quien roba sus colmenas.
Pues, gallinas, el milano
Se atreve a las pollas tiernas
De vuestro lugar y casa
¿y no vengáis vuestra ofensa?
El lobo bárbaro os roba,
Villanos una cordera
Delante de vuestros ojos
¿y le dejáis ir con ella?
Volved, hormigas cobardes,
Por la agostada cosecha
Del honor que os han quitado
De un traidor las insolencias.
Aún menos sois que mosquitos,
Pues ninguno hay que se  atreva
A sacar sangre afrentosa
A quien derrama la vuestra.
Mas, pues vuestra cobardía
Llevar los panales deja,
Del colmenar de la fama
Zánganos sois, que no abejas.
No os llaméis hombres, cobardes;
Ceñid al lado las ruecas,
Pues no sabéis ceñir armas
Más que para la apariencia.
Si como sabéis guardar
 las espadas que las vean
desnudas contra tiranos
guardarais las hijas vuestras
No la violara la injuria;
Mas si las espadas vuestras
Son vírgenes, mal podréis
Defender tantas doncellas.
¡Que a vuestros ojos un hombre
Haga torpe y loca presa
En una frágil mujer,
en una vecina vuestra!
¡Qué os lleve con ella la honra,
Y que no tengáis vergüenza
de vivir y no vengaros!
¡Qué este de aquesa manera
Conversando unos con otros
Como si en paces o fiestas,
Contárades las hazañas
que emprendisteis en la guerra!
Diez leguas de Zaragoza
 Vivís, y la gente de ella
Son espejos de las armas
Blasones de la nobleza.
¿Cómo se os pega tan poco,
Decid gente Aragonesa?
¿Por qué afrentáis vuestra pata
Afeminadas en ella?
Si no sois para vengaros
Llamad las mujeres vuestras,
Pedidlas que os desagravien,
Quejaos llorosos en ellas
Y mientras se armen valientes
Y la aguja en lanza truecan,
El acero por las galas
Las espadas por las ruecas
 Quedaos en casa vosotros.
Hilad, barred, viles hembras;
Jabonad y haced colada,
Que aunque las hagáis, yo estoy cierta
Que no sacareis las manchas
Que en vuestra honra el agravio echa,
Si no es  con sangre enemiga
Que es la más eficaz greda.
¿Callad? ¿No venís?
Más ¿para qué? No os den pena
Injurias de vuestros hijos,
Comprad tropas y muñecas;
Jugad, niños; que es razón
Que mientras viva Laurencia
Ella tomara venganza.
¡Vive Dios! Que en vuestra afrenta
Ha de mudar, gente vil,
El traje y naturaleza,
Porque os enseñe hacer hombres,
Siéndolo vuestra Laurencia.
Bandos hay en Aragón;
Volviéndome bandolera,
No he de dejar hombre a vida.
¡Guárdese de mí mi tierra!
Que en vosotros los primeros
He de vengar mis ofensas,
Y vestidos de mujeres
Sacaros a la venganza.
El que hombre fuere, mis agravios sienta.
¡Al arma! ¡Don Guillen, serranos, muera!