Se pasaba los días cosiendo Rafaela
Gómez, en una Singuer de pedal trabajoso:
redondos espejuelos de cristales brumosos
velaban la ternura de sus ojos de abuela.
Sus dos manos sobre la humilde tela,
como dos mariposas posadas, sin reposo.
gastoranse en luch del laborioso
cuyo paso iba al ritmo de sus graves tijeras.
Un pan difícil, gracias a su honradez sin rasa,
fue todo lo que tuvo bajo la lumbre escasa
en su casa sencilla de crujiente madera.
Hoy que el tiempo y las noches como el polvo han caído,
para que no se pierda también bajo el olvido
aquí dejo el ejemplo de su nombre de obrera.
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Epitafio para un vecino, poema de René del Risco Bermúdez
Yace en paz, que es suficiente
para quien en tierra estuvo,
este hombre nunca tuvo
más que amor para la gente.
Vida tan pobre y decente
como la suya, no hubo,
y así, lo poco que tuvo
lo consiguió honradamente.
Lo recuerdo claramente;
siempre paso puntualmente
hasta el día en que murió.
Aunque fue una pulmonía
el barrio entero decía
que la miseria lo mató.
para quien en tierra estuvo,
este hombre nunca tuvo
más que amor para la gente.
Vida tan pobre y decente
como la suya, no hubo,
y así, lo poco que tuvo
lo consiguió honradamente.
Lo recuerdo claramente;
siempre paso puntualmente
hasta el día en que murió.
Aunque fue una pulmonía
el barrio entero decía
que la miseria lo mató.
La casa, poema de René del Risco Bermúdez
La casa era de humilde madera provinciana,
y en la terraza erguía su verde un limoncillo,
allí quedo tu nombre a punto de cuchillo
bajo las mariposas, la lluvia y las campanas.
Un pozo abandonado, con su brocal sencillo
a flor de tierra casi, a flor de tus mañanas,
se tragó tus pelotas, tus sueños, tus anillos
y ahogo quizás el rostro de tu niñez lejana.
Bajo la tierra aquella donde tu pie pisaba,
tras de la puerta oscura que tu madre cerraba,
en el grave sonido de la lluvia en el techo.
Hoy no hallarás, en cambio, nada de lo que esperas.
Todo ha ido muriendo lentamente en tu pecho
y seguirá muriendo, hasta que tú mueras.
y en la terraza erguía su verde un limoncillo,
allí quedo tu nombre a punto de cuchillo
bajo las mariposas, la lluvia y las campanas.
Un pozo abandonado, con su brocal sencillo
a flor de tierra casi, a flor de tus mañanas,
se tragó tus pelotas, tus sueños, tus anillos
y ahogo quizás el rostro de tu niñez lejana.
Bajo la tierra aquella donde tu pie pisaba,
tras de la puerta oscura que tu madre cerraba,
en el grave sonido de la lluvia en el techo.
Hoy no hallarás, en cambio, nada de lo que esperas.
Todo ha ido muriendo lentamente en tu pecho
y seguirá muriendo, hasta que tú mueras.
Aire Durando - Poema de Manuel del Cabral
AIRE DURANDO
¿Quién ha matado
este hombre
que su voz no está
enterrada?
Hay muertos que
van subiendo
cuanto más su
ataúd baja...
Este sudor ...
¿Por quién muere?
¿Por qué cosa
muere un pobre?
¿Quién ha matado
estas manos?
¡No cabe en la
muerte un hombre!
Hay muertos que
van subiendo
Cuanto más su
ataúd baja...
¿Quién acostó su
estatura
que su voz está
parada?
Hay muertos como
raíces
que hundidas...
dan fruto al ala.
¿Quién ha matado
estas manos,
este sudor, esta
cara?
Hay muertos que
van subiendo
cuanto más su
ataúd baja...
A quién viene a ver usted - Poema de Manuel del Cabral
¿A quién viene a ver usted?
Manuel del Cabral.
Hoy está el pueblo en mi cuerpo.
¿A quién viene a ver usted?
Usted no ve que esta herida
es corno un ojo de juez...
Usted que se trae los grillos,
¿a quién viene a ver usted,
que anda más con el instinto
que con los pies?
Usted que trae el olfato,
pero con luz viene a oler;
meta la conciencia aquí...
y no la deje en la piel.
Usted que se trae la bala,
viene a saber por qué fue...
Si hay un rico en este lío,
¿a qué viene? ¿Para qué?
Aquí só1o hay una boca,
hay una voz, una sed.
Un trozo de grito sangra.
¡Lo cortaron como res!
Usted que se trae las llaves,
¿a quién viene a ver usted?
Vea estas manos callosas,
ropa rota y sin zapatos
unos pies.
Usted que se trae las manos
pesadas como pared...
¿no ve el hambre?
¿no la ve?
Tápenle el grito a este hombre;
y aunque es más la voz que el pie,
pónganle grillos, que sólo
el pobre cabe en la ley...
¿No ve que la sangre huye
y no se sabe por qué ...?
Pero yo sé que hay aquí
quien se la quiere beber ...
¿A quién viene a ver usted?
Manuel del Cabral.
Hoy está el pueblo en mi cuerpo.
¿A quién viene a ver usted?
Usted no ve que esta herida
es corno un ojo de juez...
Usted que se trae los grillos,
¿a quién viene a ver usted,
que anda más con el instinto
que con los pies?
Usted que trae el olfato,
pero con luz viene a oler;
meta la conciencia aquí...
y no la deje en la piel.
Usted que se trae la bala,
viene a saber por qué fue...
Si hay un rico en este lío,
¿a qué viene? ¿Para qué?
Aquí só1o hay una boca,
hay una voz, una sed.
Un trozo de grito sangra.
¡Lo cortaron como res!
Usted que se trae las llaves,
¿a quién viene a ver usted?
Vea estas manos callosas,
ropa rota y sin zapatos
unos pies.
Usted que se trae las manos
pesadas como pared...
¿no ve el hambre?
¿no la ve?
Tápenle el grito a este hombre;
y aunque es más la voz que el pie,
pónganle grillos, que sólo
el pobre cabe en la ley...
¿No ve que la sangre huye
y no se sabe por qué ...?
Pero yo sé que hay aquí
quien se la quiere beber ...
¿A quién viene a ver usted?
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