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Thomas Richards ~~ Trabajar con Grotoswki sobre las acciones físicas (PDF)


Gerzy Grotoswki
El autor inicia hablándonos acerca de su primer acercamiento con el maestro Grotowski y cómo conoció su trabajo. Richards, siendo un estudiante de Arte dramático de la Universidad de Yale, conoce el trabajo de Grotowski con el libro de “Hacia un teatro pobre”, fascinado por la revelación que este libro produce a su vida, busca la manera en la cual puede tener un contacto más profundo y real con el maestro. No fue hasta 1984 cuando Richards conoce a Ryszard Cieslak, un miembro fundador del Teatro Laboratorio de Grotowski; las charlas de Cieslak provocan aun más curiosidad en el trabajo de Grotowski y el método de las acciones físicas propuesto por Stanislavki. Con este primer acercamiento de Richards a Grotowski, puedo entender que lo importante en una acción física como en una representación teatral, no es el sentimiento, sino la estructura, la corporeidad; como el mismo Stanislavsky decía: “No me hablen de sentimientos, no podemos fijar sentimientos. Podemos fijar y recordar acciones físicas”.

Es común que en los actores primarios como yo, intentemos buscar la emoción, el sentimiento y la sensibilidad del personaje, buscamos lo que puede expresar, y generalmente, nos dedicamos a coger un libreto y decir lo que el autor nos dice que dice el personaje; más sin embargo, ahora entiendo que antes de encontrar el texto (la letra, el libreto o el guión), debo encontrar la corporeidad del personaje, que acciones concretas llevan al personaje a decir lo que dice, a hacer lo que hace, a sentir lo que siente. Primera conclusión: Lo importante es la precisión de la acción, no el sentimiento
En el verano de 1984 Richards tiene su primer encuentro en persona con Grotowski, en una conferencia en Irvine, en California. En este primer encuentro, Richards se encuentra con un Grotowski espiritual, en donde realizan ejercicios ritualistas, para enfocar al actor al encuentro con sus raíces y sus ancestros. Lo más importante en esta parte, es cuando Grotowski habla del “parateatro” pues una vez concluido el ejercicio, Grotowski habla de que los actores primarios, en ejercicios como estos, entran en pseudo-crisis, se tiran al suelo, gritan, lloran (nada que yo misma no haya experimentado antes) y hacen cantos improvisados, pues bien, Grotowski echó por tierra este trabajo, diciendo que el “parateatro” es lo que la gente cree que es el teatro, ese teatro lleno de clichés y “mística rara” que los actores poseen al momento de hacer una representación teatral.

Fuente: Click Aquí

Yerma (Escena)

Obra: Yerma, de Federico Garcia Lorca


Acto primero

CUADRO PRIMERO


(Al levantarse el telón está Yerma dormida con un tabanque de costura a los pies. Suena el reloj.  La luz azul se cambia por una alegre luz de mañana de primavera. Yerma se despierta.)

- YERMA:
Juan. ¿Me oyes? Juan.

- JUAN: Voy.
- YERMA: Ya es la hora.
- JUAN: ¿Pasaron las yuntas?
- Yerma: Ya pasaron todas.
- JUAN: Hasta luego. (Va a salir.)
- YERMA: ¿No tomas un vaso de leche?
- JUAN: ¿Para qué?
- YERMA: Trabajas mucho y no tienes tú cuerpo para resistir los trabajos.
- JUAN: Cuando los hombres se quedan enjutos se ponen fuertes, como el acero.
- YERMA: Pero tú no. Cuando nos casamos eras otro. Ahora tienes la cara blanca como si no te diera en ella el sol. A mí me gustaría que fueras al río y nadaras, y que te subieras al tejado cuando la lluvia cala nuestra vivienda. Veinticuatro meses llevamos casados y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés.
- JUAN: ¿Has acabado?
- YERMA: (Levantándose.) No lo tomes a mal. Si yo estuviera enferma me gustaría que tú me cuidases. «Mi mujer está enferma: voy a matar este cordero para hacerle un buen guiso de carne. Mi mujer está enferma: voy a guardar esta enjundia de gallina para aliviar su pecho; voy a llevarle esta piel de oveja para guardar sus pies de la nieve.» Así soy yo. Por eso te cuido.
- JUAN: Y yo te lo agradezco.
- YERMA: Pero no te dejas cuidar.
- JUAN: Es que no tengo nada. Todas esas cosas son suposiciones tuyas. Trabajo mucho. Cada año seré más viejo.
- YERMA: Cada año... Tú y yo seguiremos aquí cada año...
- JUAN: (Sonriente.) Naturalmente. Y bien sosegados. Las cosas de la labor van bien, no tenemos hijos que gasten.
- YERMA: No tenemos hijos... ¡Juan!
- JUAN: Dime.
- YERMA: ¿Es que yo no te quiero a ti?
- JUAN: Me quieres.
- YERMA: Yo conozco muchachas que han temblado y lloraron antes de entrar en la cama
con sus maridos. ¿Lloré yo la primera vez que me acosté contigo? ¿No cantaba al levantar los embozos de Holanda? ¿Y no te dije: « ¡Cómo huelen a manzana estas ropas!?
- JUAN: ¡Eso dijiste!
- YERMA: Mi madre lloró porque no sentí separarme de ella. ¡Y era verdad! Nadie se casó con más alegría. Y sin embargo...
- JUAN: Calla.
- YERMA: Callo. Y sin embargo...
- JUAN: Demasiado trabajo tengo yo con oír en todo momento...
- YERMA: No. No me repitas lo que dicen. Yo veo por mis ojos que eso no puede ser... A fuerza de caer la lluvia sobre las piedras éstas se ablandan y hacen crecer jaramagos, que las gentes dicen que no sirven para nada. Los jaramagos no sirven para nada, pero yo bien los veo mover sus flores amarillas en el aire.
- JUAN: ¡Hay que esperar!
- YERMA: ¡Sí, queriendo! (Yerma abraza y besa al Marido, tomando ella la iniciativa.)
- JUAN: Si necesitas algo me lo dices y lo traeré. Ya sabes que no me gusta que salgas.
- YERMA: Nunca salgo.
- JUAN: Estás mejor aquí.
- YERMA: Sí.
- JUAN: La calle es para la gente desocupada.
- YERMA: (Sombría.) Claro.

(El Marido sale y Yerma se dirige a la costura, se pasa la mano por el vientre, alza los brazos en un hermoso bostezo y se sienta a coser.)

- Yerma: ¿De dónde vienes, amor, mi niño?
«De la cresta del duro frío.» (Enhebra la aguja)
¿Qué necesitas, amor, mi niño?
«La tibia tela de tu vestido.»
¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuentes alrededor!
(Como si hablara con un niño.)
En el patio ladra el perro, en los árboles canta el viento.
Los bueyes mugen al boyero y la luna me riza los cabellos.
¿Qué pides, niño, desde tan lejos?
(Pausa)
«Los blancos montes que hay en tu pecho.»
¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuentes alrededor!
(Cosiendo)
Te diré, niño mío, que sí.  Tronchada y rota soy para ti.
¡Cómo me duele esta cintura donde tendrás primera cuna!
¿Cuándo, mi niño, vas a venir?
(Pausa)
«Cuando tu carne huela a jazmín.
¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuentes alrededor!


(Yerma queda cantando. Por la puerta entra María, que viene con un lío de ropa.)

- YERMA: ¿De dónde vienes?
- MARÍA: De la tienda.
- YERMA: ¿De la tienda tan temprano?
- MARÍA: Por mi gusto hubiera esperado en la puerta a que abrieran. ¿Y a que no sabes  lo que he comprado?
- YERMA: Habrás comprado café para el desayuno, azúcar, los panes.
- MARÍA: No. He comprado encajes, tres varas de hilo, cintas y lana de color para hacer madroños. El dinero lo tenía mi marido y me lo ha dado él mismo.
- YERMA: Te vas a hacer una blusa.
- MARÍA: No, es porque... ¿sabes?
- YERMA: ¿Qué?
- MARÍA: Porque ¡ya ha llegado! (Queda con la cabeza baja.)
(Yerma se levanta y queda mirándola con admiración.)
- YERMA: ¡A los cinco meses!
- MARÍA: Sí.
- YERMA: ¿Te has dado cuenta de ello?
- MARÍA: Naturalmente.
- YERMA: (Con curiosidad.)¿Y qué sientes?
- MARÍA: No sé. (Pausa.) Angustia.
- YERMA: Angustia. (Agarrada a ella.) Pero... ¿cuándo llegó? Dime... Tú estabas
descuidada...
- MARÍA: Sí, descuidada...
- YERMA: Estarías cantando, ¿verdad? Yo canto. ¿Tú?..., dime
- MARÍA: No me preguntes. ¿No has tenido nunca un pájaro vivo apretado en la mano?
- YERMA: Sí.
- MARÍA: Pues lo mismo... pero por dentro de la sangre.
- YERMA: ¡Qué hermosura! (La mira extraviada.)
- MARÍA: Estoy aturdida. No sé nada.
- YERMA: ¿De qué?
- MARÍA: De lo que tengo que hacer. Le preguntaré a mi madre.
- YERMA: ¿Para qué? Ya está vieja y habrá olvidado estas cosas. No andes mucho y cuando respires respira tan suave como si tuvieras una rosa entre los dientes.
- MARÍA: Oye, dicen que más adelante te empuja suavemente con las piernecitas.
- YERMA: Y entonces es cuando se le quiere más, cuando se dice ya ¡mi hijo!
- MARÍA: En medio de todo tengo vergüenza.
- YERMA: ¿Qué ha dicho tu marido?
- MARÍA: Nada.
- YERMA: ¿Te quiere mucho?
- MARÍA:
No me lo dice, pero se pone junto a mí y sus ojos tiemblan como dos hojas verdes.
- YERMA: ¿Sabía él que tú...?
- MARÍA: Sí.
- YERMA: ¿Y por qué lo sabía?
- MARÍA: No sé. Pero la noche que nos casamos me lo decía
constantemente con su boca puesta en mi mejilla, tanto que a mí me parece que mi niño es un palomo de lumbre que él me deslizó por la oreja.
- YERMA: ¡Dichosa!
- MARÍA: Pero tú estás más enterada de e esto que yo.
- YERMA: ¿De qué me sirve?
- MARÍA: ¡Es verdad! ¿Por qué será eso? De todas las novias de tu tiempo tú eres la
única...
- YERMA: Es así. Claro que todavía es tiempo. Elena tardó tres años, y otras antiguas, del tiempo de mi madre, mucho más, pero dos años y veinte días, como yo, es  demasiada espera. Pienso que no es justo que yo me consuma aquí. Muchas veces salgo descalza al patio para pisar la tierra, no sé por qué. Si sigo así, acabaré volviéndome mala.
- MARÍA: ¡Pero ven acá, criatura! Hablas como si fueras una vieja. ¡Qué digo! Nadie puede quejarse de estas cosas. Una hermana de mi madre lo tuvo a los catorce años, ¡y si vieras qué hermosura de niño!
- YERMA: (Con ansiedad.) ¿Qué hacía?
- MARÍA: Lloraba como un torito, con la fuerza de mil cigarras cantando a la vez, y nos
orinaba y nos tiraba de las trenzas y, cuando tuvo cuatro meses, nos llenaba la cara de  arañazos.
- YERMA: (Riendo.) Pero esas cosas no duelen.
- MARÍA: Te diré...
- YERMA: ¡Bah! Yo he visto a mi hermana dar de mamar a su niño con el pecho lleno  de grietas y le producía un gran dolor, pero era un dolor fresco, bueno, necesario para la  salud.
- MARÍA: Dicen que con los hijos se sufre mucho.
- YERMA: Mentira. Eso lo dicen las madres débiles, las quejumbrosas. ¿Para qué los tienen? Tener un hijo no es tener un ramo de rosas. Hemos de sufrir para verlos crecer.
Yo pienso que se nos va la mitad de nuestra sangre. Pero esto es bueno, sano, hermoso. Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos, y cuando no los tienen se les vuelve
veneno, como me va a pasar a mí.
- MARÍA: No sé lo que tengo.
- YERMA: Siempre oí decir que las primerizas tienen susto.
- MARÍA: (Tímida.) Veremos... Como tú coses tan bien...
- YERMA: (Cogiendo el lío.) Trae. Te cortaré los trajecitos. ¿Y esto?
- MARÍA: Son los pañales.
- YERMA: Bien. (Se sienta.)
- MARÍA:   Entonces... Hasta luego.
(Se acerca y Yerma le coge amorosamente el vientre con las manos.)
- YERMA: No corras por las piedras de la calle.
- MARÍA: Adiós. (La besa. Sale.)
- YERMA: ¡Vuelve pronto! (Yerma queda en la misma actitud que al principio. Coge las
tijeras y empieza a cortar. Sale Víctor.)
Adiós, Víctor.

- VÍCTOR: (Es profundo y lleno de firme gravedad.) ¿Y Juan?
- YERMA: En el campo.
- VÍCTOR: ¿Qué coses?
- YERMA: Corto unos pañales.
- VÍCTOR: (Sonriente.) ¡Vamos!
- YERMA: (Ríe.) Los voy a rodear de encajes.
- VÍCTOR: Si es niña le pondrás tu nombre.
- YERMA: (Temblando.) ¿Cómo?...
- VÍCTOR: Me alegro por ti.
- YERMA: (Casi ahogada.) No..., no son para mí. Son para el hijo de María
- VÍCTOR: Bueno, pues a ver si con el ejemplo te animas. En esta casa hace falta un niño.
- YERMA: (Con angustia.) Hace falta.
- VÍCTOR: Pues adelante. Dile a tu marido que piense menos en el trabajo. Quiere juntar  dinero y lo juntará, pero ¿a quién lo va a dejar cuando se muera? Yo me voy con las ovejas. Le dices a Juan que recoja las dos que me compró. Y en cuanto a lo otro..., ¡que
ahonde! (Se va sonriente.)
- YERMA: (Con pasión.) Eso; ¡que ahonde!

(Yerma, que en actitud pensativa se levanta y acude al sitio donde ha estado Víctor y respira fuertemente como si aspirara aire de montaña, después va al otro lado de la habitación, como buscando algo, y de allí vuelve a sentarse y coge otra vez la costura. Comienza a coser y queda con los ojos fijos en un punto.)

TELÓN.

Bodas de sangre.Escena de "La luna y la muerte (Mendiga)."


Obra : Bodas de sangre, de Federico Garcia Lorca

Luna:
Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrid tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada.
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente!, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme! (A las ramas.)
No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.
(Desaparece entre los troncos y vuelve la escena a su luz oscura. Sale una anciana totalmente cubierta por tenues paños verdeoscuros. Lleva los pies descalzos. Apenas si se le verá el rostro entre los pliegues. Este personaje no figura en el reparto.)

Mendiga:
Esa luna se va, y ellos se acercan.
De aquí no pasan. El rumor del río
apagará con el rumor de troncos
el desgarrado vuelo de los gritos.
Aquí ha de ser, y pronto. Estoy cansada.
Abren los cofres, y los blancos hilos
aguardan por el suelo de la alcoba
cuerpos pesados con el cuello herido.
No se despierte un pájaro y la brisa,
recogiendo en su falda los gemidos,
huya con ellos por las negras copas
o los entierre por el blanco limo.
¡Esa luna, esa luna! (Impaciente.)
¡Esa luna, esa luna!
(Aparece la luna. Vuelve la luz intensa.)

Luna:
Ya se acercan.
Unos por la cañada y otros por el río.
Voy a alumbrar las piedras. ¿Qué necesitas?
Mendiga:
Nada.
Luna:
El aire va llegando duro, con doble filo.
Mendiga:
Ilumina el chaleco y aparta los botones,
que después las navajas ya saben el camino.
Luna:
Pero que tarden mucho en morir. Que la sangre
me ponga entre los dedos su delicado silbo.
¡Mira que ya mis valles de ceniza despiertan
en ansia de esta fuente de chorro estremecido!
Mendiga: No dejemos que pasen el arroyo. ¡Silencio!

Luna: ¡Allí vienen!

(Se va. Queda la escena a oscuras.)

Mendiga:
¡De prisa! Mucha luz. ¿Me has oído?
¡No pueden escaparse!

BODAS DE SANGRE (Escena Madre, novia & vecina)

Obra: Bodas de Sangre, de Federico Garcia Lorca


NIÑA.-
Sobre la flor del oro
traen a los muertos del arroyo.
Morenito el uno,
Morenito el otro.
¡Qué ruiseñor de sombra vuela y gime
Sobre la flor del oro!
(Se va. Queda la escena sola. Aparece la MADRE con una VECINA. La VECINA viene llorando.)
MADRE.-Calla.
VECINA.-No puedo.
MADRE.-Calla, he dicho. (En la puerta.) ¿No hay nadie aquí? (Se lleva las manos a la frente.) Debía contestarme mi hijo. Pero mi hijo es ya un brazado de flores secas. Mi hijo es ya una voz oscura detrás de los montes. (Con rabia a la VECINA.) ¿Te quieres callar? No quiero llantos en esta casa. Vuestras lágrimas son lágrimas de los ojos nada más, y las mías vendrán cuando yo esté sola, de las plantas de los pies, de mis raíces, y serán más ardientes que la sangre.
VECINA.-Vente a mi casa; no te quedes aquí.
MADRE. Aquí. Aquí quiero estar. Y tranquila. Ya todos están muertos. A medianoche dormiré, dormiré sin que ya me aterren la escopeta o el cuchillo. Otras madres se asomarán a las ventanas, azotadas por la lluvia, para ver el rostro de sus hijos. Yo no. Yo haré con mi sueño una fría paloma de marfil que lleve camelias de escarcha sobre el camposanto. Pero no; camposanto no, camposanto no: lecho de tierra, cama que los cobija y que los mece por el cielo. (Entra una mujer de negro que se dirige a la derecha y allí se arrodilla. A la VECINA.) Quítate las manos de la cara. Hemos de pasar días terribles. No quiero ver a nadie. La tierra y yo. Mi llanto y yo. Y estas cuatro paredes. ¡Ay! ¡Ay! (Se sienta transida.)
VECINA.-Ten caridad de ti misma.
MADRE.- (Echándose el pelo hacia atrás.) He de estar serena. (Se sienta.) Porque vendrán las vecinas y no quiero que me vean tan pobre. ¡Tan pobre! Una mujer que no tiene un hijo siquiera que poderse llevar a los labios.
 (Aparece la novia. Viene sin azahar y con un manto negro.)
Vecina: (Viendo a la Novia, con rabia.) ¿Dónde vas?
Novia: Aquí vengo.
Madre: (A la Vecina.) ¿Quién es?
Vecina: ¿No la reconoces?
Madre: Por eso pregunto quién es. Porque tengo que no reconocerla, para no clavarle mis dientes en el cuello. ¡Víbora! (Se dirige hacia la Novia con ademán fulminante; se detiene. A la Vecina.) ¿La ves? Está ahí, y está llorando, y yo quieta, sin arrancarle los ojos. No me entiendo. ¿Será que yo no quería a mi hijo? Pero, ¿y su honra? ¿Dónde está su honra? (Golpea a la Novia. Esta cae al suelo.)
Vecina: ¡Por Dios! (Trata de separarlas.)
Novia: (A la Vecina.) Déjala; he venido para que me mate y que me lleven con ellos. (A la Madre.) Pero no con las manos; con garfios de alambre, con una hoz, y con fuerza, hasta que se rompa en mis huesos. ¡Déjala! Que quiero que sepa que yo soy limpia, que estaré loca, pero que me puedan enterrar sin que ningún hombre se haya mirado en la blancura de mis pechos.
Madre: Calla, calla; ¿qué me importa eso a mí?
Novia: ¡Porque yo me fui con el otro, me fui! (Con angustia.) Tú también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y yo corría con tu hijo que era como un niñito de agua fría, y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!; yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos!

Monólogo de Hamlet: Ser o no ser

Obra: Hamlet, de William Shakespeare

.Ser o no ser. He hay  el problema.
¿Qué es más elevado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante Fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas?  ¡Morir! Dormir… no más ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir… dormir! ¡Dormir… tal vez soñar!

¡Sí, ahí está el obstáculo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio!

Porque… ¿Quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno; cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos?

Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes; y así los primitivos matices de la resolución desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayores alientos e importancia, por esa consideración, tuercen su curso y dejan de tener nombre de acción…

Pero ¡silencio!… ¡La hermosa Ofelia! Ninfa, en tus plegarias acuérdate de mis pecados.

Monólogo Laurencia (Fuenteovejuna)

Obra: Fuenteovejuna, de Lope de Vega

Laurencia
                


No me nombres
tu hija.

Por muchas razones,
y sean las principales:
porque dejas que me roben
tiranos sin que me vengues,
traidores sin que me cobres.
Aún no era yo de Frondoso,
para que digas que tome,
como marido, venganza;
que aquí por tu cuenta corre;
que en tanto que de las bodas
no haya llegado la noche,
del padre, y no del marido,
la obligación presupone;
que en tanto que no me entregan
una joya, aunque la compren,
no ha de correr por mi cuenta
las guardas ni los ladrones.
Llevóme de vuestros ojos
a su casa Fernán Gómez;
la oveja al lobo dejáis
como cobardes pastores.
¿Qué dagas no vi en mi pecho?
¿Qué desatinos enormes,
qué palabras, qué amenazas,
y qué delitos atroces,
por rendir mi castidad
a sus apetitos torpes?
Mis cabellos ¿no lo dicen?
¿No se ven aquí los golpes
de la sangre y las señales?
¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
las entrañas de dolor,
de verme en tantos dolores?
Ovejas sois, bien lo dice
de Fuenteovejuna el hombre.
Dadme unas armas a mí
pues sois piedras, pues sois tigres...
--Tigres no, porque feroces
siguen quien roba sus hijos,
matando los cazadores
antes que entren por el mar
y pos sus ondas se arrojen.
Liebres cobardes nacisteis;
bárbaros sois, no españoles.
Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!
Poneos ruecas en la cinta.
¿Para qué os ceñís estoques?
¡Vive Dios, que he de trazar
que solas mujeres cobren
la honra de estos tiranos,
la sangre de estos traidores,
y que os han de tirar piedras
hilanderas, maricones,
amujerados, cobardes,
y que mañana os adornen
nuestras tocas y basquiñas,
solimanes y colores!
A Frondoso quiere ya,
sin sentencia, sin pregones,
colgar el comendador
de la almena de una torre;
de todos hará lo mismo;
y yo me huelgo, medio hombres,
por que quede sin mujeres
esta villa honrada, y torne
aquel siglo de amazonas,
eterno espanto del orbe.