Los grandes innovadores Europeos.
I. La escena europea en el siglo XX
2. Meyerhold
3. El expresionismo
4. Luigi Pirandello
5. El teatro político de entreguerras:
Piscator
6. Bertolt Brecht
7. Artaud y la destrucción del teatro
8. Beckett y el absurdo
Textos
I.
LA ESCENA EUROPEA EN EL SIGLO XX
Durante el siglo s.f. asistimos a una incesante proliferación de
movimientos y tendencias que proporcionan a las artes en general, y al teatro
en particular, gran variedad y, además, con manifiesta rapidez. Nunca como
hasta ese momento, la escena se había visto tan cambiada, y con tanta prodigalidad.
Desde finales del siglo XIX a los años 50 el teatro ha pasado de
sus más rotundos resultados naturalistas al nihilismo exagerado de un absurdo
perspicaz. En esos años se modificaron estilos, se buscaron nuevas
posibilidades a los dispositivos escénicos, se cuestionaron hasta sus últimos
extremos los restos de un aristotelismo trasnochado, se sacaron las máximas
posibilidades de las nuevas técnicas de iluminación; en suma, todo lo que había
permanecido estancado durante siglos de repente cambió, pero no en una sola
dirección, sino en muchas. Las causas principales de ello las podemos encontrar
en:
a) la culminación de todos los progresos industriales y técnicos
que llegaron al teatro en forma de escenarios móviles y luminotecnias
reguladas;
b) la popularización del cinematógrafo, que si bien se ve influido
en primera instancia por el teatro, termina influyendo en él, en su estética e
incluso en el sentido realista en que deriva;
c) la importancia que adquiere la personalidad del director de
escena que, por primera vez en la historia del teatro, separa sus funciones
totalmente de las de actor o empresario, aunque a veces las simultanee;
d) la agilidad de la información periódica y filmada que hace que
las innovaciones lleguen mucho más rápidas que en tiempos anteriores, gracias
también a las nuevas tecnologías.
En este clima de efervescencia y renovación de movimientos
escénicos es preciso hablar de las personalidades que los originaron. Si nos
vamos a detener, por primera vez en este libro - exceptuando a Stanislavski -,
en la trayectoria de determinados directores es por la necesidad de exponer las
ejecutorias escénicas más renovadoras de los últimos tiempos, aquéllas que
dieron lugar a tendencias seguidas por muchos profesionales del teatro en
Europa y América, y cuya teoría va totalmente ligada a su práctica.
Pasado el tiempo, probablemente podamos concretarnos en el estudio
de los movimientos en sí - como hasta ahora hemos hecho. Será el instante en
que aquéllos se sitúen por encima de las personalidades creadoras. Algo que, a
estas alturas del siglo, todavía no parece del todo posible.
2.
MEYERHOLD
Vsevolod Meyerhold (1874-1942) fue discípulo de Stanislavski, con
el que participó como actor en los primeros montajes del Teatro de Arte de
Moscú. Formado en el naturalismo del grupo, se adhirió al movimiento
experimentalista que encabezaran Maeterlinck y Bruisov con Teatro Estudio,
primera alternativa escénica en donde la convencionalidad y la estilización
técnica tenían perfecta cabida. La muerte de Tintagiles, de Maeterlinck, sería
la ejemplificación perfecta de este movimiento.
El abandono del Teatro de Arte, en 1902, y su viaje a Italia
marcan, según su propia expresión, su "etapa de maduración". En 1905,
Stanislavski le da la posibilidad de dirigir el Teatro Estudio, dedicado a la
experimentación escénica dentro del propio Teatro de Arte, y allí iniciará
Meyerhold su idea de la "Convención consciente", principio del teatro
antinaturalista.
Su idea antiilusionista viene del simbolismo, y propone desde el
principio el "punto de ironía de una situación". De ahí al
constructivismo habrá todo un desarrollo de su itinerario teórico-práctico.
Meyerhold necesitó de un sistema de aplicación de sus teorías,
sobre todo para las referentes a la forma de comportamiento del actor en su
nuevo teatro. Pronto reparó en que éste no estaba preparado para el trabajo de
la convención, y así se producía el lógico desajuste entre el principio
estético del artista y la función de los actores acostumbrados al Naturalismo.
Un teatro que no utiliza candilejas, que coloca la escena en la
platea, que no tiene decorados, sino un único plano con el actor, necesitará un
intérprete que someta su actuación al ritmo de la dicción y los movimientos
plásticos, un actor que actúe con libertad ante escenarios libres, sin soportes
decorativos ilustrativos.
Las previsiones de Meyerhold fueron lográndose cumplidamente,
puesto que, en efecto, se encontró ante un nuevo teatro que respondía, una vez
más, a un deseable nuevo mundo. El actor empezaba a convertirse en un obrero
especializado, que respondía a la fórmula
N (actor) = Al (director) + A2 (cuerpo del actor).
Meyerhold considera un solo método de trabajo para el obrero y
para el actor. El arte asume una función necesaria y no de pasatiempo. El actor
utilizará tan sólo las enormes posibilidades de su cuerpo, y no perderá el
tiempo en maquillaje o en vestuario. Se uniformará para destacar la convención.
El nuevo actor debe tener capacidad de excitación reflexiva, junto
a una elevada preparación física. En definitiva, estudiar la mecánica de su
propio cuerpo, porque ése es un instrumento. El actor debe ser un virtuoso de
su cuerpo.
Estamos ante el conocimiento de la mecánica de la vida de cada
actor (biológica), o ante la biomecánica, que no es más que una serie de
ejercicios que preparen al actor en esa nueva dimensión señalada. En contra del
método stanislavskiano de las acciones físicas, aquí se parte del exterior al
interior, del cuerpo a la emoción.
La biomecánica responde a la necesidad de un teatro del
proletariado. Pergeñada en tiempos del constructivismo, la biomecánica parte de
la realidad sin imitarla. Pero, es más, tras esa etapa constructivista superada
rápidamente por utópica, y convertida un realismo concentrado, la biomecánica
siguió siendo válida como técnica de formación del actor, e incluso como juego
escénico. Meyerhold, tachado de esteta tras el "Octubre Teatral"
(movimiento que sigue el espíritu de la revolución rusa), y opuesto a ese mismo
espíritu de la revolución, afirmaba que hasta entonces sólo había intentado
preparar una técnica a la espera de su aplicación.
Su evolución responderá a la idea de "¡Compañeros, manteneos
cerca de la realidad!", regresando a una especie de naturalismo.
A Lunacharski le gustaba más el término realismo: "Al
proletariado le gusta la realidad, vive de la realidad, transforma la realidad,
y en el arte, como en la ideología, busca una ayuda para conocer la realidad y
actuar sobre ella".
Este realismo, de matiz revolucionario, no se cierra en la
imitación, sino que acoge sus implicaciones: la hipérbole fantástica, la
caricatura, las deformaciones, siempre que se persiga un fin comprensible.
"Si para subrayar de modo eficaz una determinada característica social, es
necesario presentarla totalmente distinta en su manifestación real, con tal que
la imagen deforme y caricaturesca logre sacar a luz lo que, por ejemplo, se
esconde tras la aparente dignidad e indiferencia exterior, tendremos sin duda
un método profunda-mente realista", en palabras de Lunacharski.
Meyerhold cumplió las nuevas reglas del juego, porque su instinto
estaba preparado para ello. La biomecánica, por consiguiente, se convierte en
soporte de ese nuevo realismo, capaz de deformar o de dar cara distinta a la
real, para que el tal realismo sea una consecuencia, no un procedimiento. No
analizará una realidad por trozos sino que ofrecerá un conjunto que historice
dicha realidad y la valore.
3.
EL EXPRESIONISMO
Se trata de un movimiento, mayoritariamente de habla alemana, que
afectó a las artes todas de la época, y que tuvo su periodo de esplendor entre
1910 y 1925.
¿Por
qué se caracterizó?
Ante todo hay que decir que, como el simbolismo, intentará
oponerse al naturalismo positivista de final de siglo. Del mismo modo —nueva
coincidencia esencial con el simbolismo— el expresionismo por-pugnará que lo
importante no es la realidad objetiva en sí.
¿Quién
puede preciarse de conocer el mundo en su realidad esencial?
En consecuencia, fiel al pensamiento idealista alemán del siglo
sex, el expresionismo proclamará la primacía de lo subjetivo, del pensamiento y
de la intuición del hombre, como fuerzas capaces de cambiar el medio en el que
vivimos; al contrario de ciertos naturalistas, que veían en el hombre un
producto determinado por su medio.
Pintores, escenógrafos, dramaturgos, músicos, todos ellos
intentarán transmitirnos su peculiar visión del mundo. Una visión inquietante,
ciertamente. Pero, ¿qué es lo que realmente perturba al artista, ese ser de
acusada sensibilidad donde los haya, nunca ajeno a su mundo?
Sin duda que las fuertes tensiones de tipo social e ideológico,
provocadas por las reivindicaciones de signo socialista frente a las tendencias
conservadoras e inmovilistas de la aristocracia y los estados. El hombre se
cuestionará, partiendo de ahí, la organización moral del Occidente cristiano.
Descontento con él, reclamará en sus declaraciones y manifiestos,
insistentemente, un nuevo tipo de sociedad, un hombre nuevo, en un mundo de paz
y de concordia.
Las
distorsiones en el arte teatral
En su arte, no obstante, sólo podrá reflejar, de momento, la
distorsión reinante, su oposición manifiesta ante un estado de cosas que va
dando sobradas muestras de preocupación (primera revolución en Rusia en 1905;
guerra ruso-japonesa, 1904-1905; anexiones de Bosnia y Herzegovina por parte de
Austria en 1908; revolución china en 1911; guerra de los Balcanes, 1912;
atentado de Sarajevo, 1914; primera guerra mundial...).
El arte expresionista, por fuerza, estará impregnado de violencia
reivindicativa; de angustia y desconcierto, manifiestos en sus líneas
nerviosas, en sus contrastes de formas y color, en sus mil distorsiones.
Los decorados del cine y del teatro lo confirman con toda
evidencia en sus líneas y planos inclinados y asimétricos que parecen desafiar
las leyes del equilibrio. El espectador de entonces —e incluso nosotros en la
actualidad— no podría por menos de sentirse desasosegado y temeroso ante tales
espectáculos teatrales o filmados (El gabinete del Dr. Caligari, El Gólem...).
Guionistas y dramaturgos proporcionaron a los directores y
escenógrafos relatos de un realismo desfigurado, surgido en parte del
inconsciente, de sus sueños y pesadillas, de los mitos colectivos y sus ritos
esotéricos, en los que es posible mezclar la reivindicación social con las
invocaciones a las fuerzas del más allá. No ha de extrañarnos la devoción que
expresionistas y simbolistas sintieron por el genio de Baudelaire.
En el espectáculo expresionista se rompe el equilibrio y la
proporción clásica; se puede retardar el relato con paréntesis, monólogos
exaltados o turbadores silencios. Todo ello exigió del actor un temple nuevo,
una dicción y unos movimientos acordes con el resto de los lenguajes escénicos,
al tiempo que un gesto capaz de pasar de la serenidad a la locura.
En su presentación, la plástica escenográfica se auxilia con los
efectos psicológicos que producen las proyecciones y los juegos de sombras y
claridades de la iluminación. No es menos importante el papel que en muchos
espectáculos suele concederse a la música. Se diría que todas las artes se
necesitan y auxilian, que todas surgen de un mismo corazón.
El
decorado expresionista
Aunque los escenógrafos no coincidieron siempre en sus
realizaciones escénicas, sí parece que estuvieron de acuerdo en la filosofía
que los guiaba. Según ésta:
- el decorado debía excluir todo tipo de naturalismo que dejase al
espectador en la superficie de las cosas y de los sentimientos;
- el decorado, y el juego de los actores, no habría de construirse
a partir de la historia detallada de la obra, sino de sus líneas de fuerza, de
sus momentos de exaltación, de sus gritos. Sólo así podrá conmover al público
hasta la angustia, si es preciso. En 1917, la representación de El mendigo de
Sorge por Max Reinhardt, mostraba a los actores en figuras acordes con las
líneas resaltantes e inclinadas del decorado; si añadimos a esto la tonalidad
totalmente negra del decorado y los posibles juegos con luces y penumbras
comprenderemos la denominación de esqueléticos que se le dio a estos decorados
(D. Bablet);
- se rechazará toda maquinaria o artificio moderno que distraiga
de las líneas de fuerza del espectáculo y que impida - pretensión constante de
los expresionistas - que el público entre en el mismo.
Algunas experiencias expresionistas han llamado la atención de los
historiadores del teatro. Entre ellas la del Gran Circo de Berlín, transformado
por Reinhardt y el arquitecto Hans Poelzig en un teatro para tres mil
espectadores. Estos debían ocupar tres cuartas partes de las gradas,
reservándose la otra, junto con la arena, para el juego de los actores.
Reinhardt suprimió rampas y telones para que el público entrase,
desde antes de la representación, en el clima de la obra (esto será práctica
habitual en los nuevos teatros). En la representación de Danton de Romain
Rolland, los revolucionarios se movían y gritaban entre el público (en Francia,
Romain Rolland era, desde principio de siglo, promotor de un teatro popular,
entendido como un teatro sin distinción de clases sociales, a ser posible con
realizaciones multitudinarias).
La
música expresionista
Los ruidos, los silencios, las melodías instrumentales
contribuyeron a crear la magia de los montajes expresionistas. Hablando de
música, no podemos silenciar los nombres de dos grandes maestros, de inmensa
influencia en nuestro siglo: Arnold Schonberg y Alban Berg.
Hubo en ellos una tendencia marcada a buscar la palabra, el guión
escénico (de temática mítica, bíblica u onírica). De ahí su afición por la
cantata o el teatro lírico.
También la música operó sus rupturas con la normativa tradicional.
La mayor innovación fue sin duda la substitución de la escala cromática por la
serie dodecafónica, que rompía con la sucesión tonal a la que estábamos
acostumbrados.
Del timbre opina F. Sopeña: "Aparece como elemento
"expresivo" cerebral e irracional a la vez —ideal expresionista no
sin aperturas hacia Freud—, la inspiración timbrica, el timbre como búsqueda
abstracta y como alucinación, algo que leemos en los escritos de Schonberg,
pero no menos en los manifiestos pictóricos de Kandinsky y en los primeros
cuentos de Kafka."
Las óperas de Alban Berg de mayor dominio expresionista son
(Vozzeck (1923) y Lulú (1928) (esta última sobre el personaje de Wedekind), y
se cuentan como dos de los grandes monumentos del teatro lírico del siglo s.f.
"Lulú, explica Sopeña, lleva al extremo el teatro expresionista,
alucinado: la situación contemporánea, el mundo de la burguesía adinerada y de
la bohemia trágica, la insistencia en la "nada", la misma entrada del
"jazz", componen un cuadro tremendo..."
Significativas son igualmente las denominaciones que da a los
tiempos en uno de sus cuartetos: <allegretto giovane, andante amoroso,
allegro misterioso, adagio appassionato, presto delirando, largo
desolado".
4.
LUIGI PIRANDELLO
Luigi Pirandello. (1867-1936) es, sin lugar a dudas, uno de los
mayores y más originales dramaturgos de nuestro siglo. Algunos datos de su
biografía pueden hacernos entender el origen de su obra narrativa y dramática,
su temática, enfoques, procedimientos peculiares y obsesiones. Hijo de un rico
propietario de minas siciliano, Pirandello cursará sus estudios en Alemania, en
donde obtiene su doctorado en filosofía pura. A los veintiséis años se casa con
la hija de uno de los socios de su padre. Pero la empresa acaba en la ruina,
arrastrando con ella a las dos familias. Su mujer se vuelve loca sin que llegue
jamás a recobrar la razón. Pese a ello no es internada hasta 1919, más de
quince años después de enfermar. El dramaturgo vive a su lado, mezclando la
generosidad y la paciencia con la reflexión sobre sí mismo y sus circunstancias
y la meditación profunda sobre la condición humana. La mujer, en cambio, lo
culpará obsesivamente de infidelidad. En Enrique IV encontramos ecos de estas
vivencias personales.
Hasta 1910 Pirandello es un perfecto desconocido. A partir de
entonces se afirma como gran narrador y no menor dramaturgo. Dejando aparte ese
teatro costumbrista, en siciliano, del que es justo citar Liolà (1916), sus
cuatro grandes obras dramáticas son: A cada uno su verdad (1916), Seis
personajes en busca de autor (1921), Enrique IV (1922), y Esta noche se
improvisa (1930). A ellas habría que añadir algunas obras breves de la calidad
de El hombre de la flor en la boca, y un gran drama que andaba a punto de
acabar en el año de su muerte: Los gigantes de la montaña.
En conjunto, la obra de Pirandello se nos presenta como una
reflexión sobre el teatro considerado como el marco y el género más adecuado
para una reflexión vital sobre los grandes Interrogantes del hombre y de la
vida; del hombre enfrentado con los grandes problemas de la existencia (el ser,
el parecer, la verdad, el tiempo, la muerte) y del hombre enfrentado a sí
mismo. Una de las innumerables sentencias acunadas por este dramaturgo-pensador
nos. advierte que "el hombre vive y no se ve". Aparentemente
Insignificante, esta frase viene a decirnos que, en muchísimas ocasiones,
nuestros sentimientos, nuestros juicios y nuestros comportamientos pecan de
falsedad debido a que no nos detenemos en el examen de nosotros mismos. Huimos
de los espejos que nos devuelven nuestra imagen, o somos Incapaces de
interpretarla. Por ello mismo, el teatro se presenta como el gran espejo,
puesto que en él el hombre se nos muestra como en un escaparate, solo o en
pugna con los otros, para ser contemplado por una colectividad a la que hay que
incitar para que salga de su pasividad. Esta filosofía no está tan alejada de
la que Brecht propugnará para el público de su teatro épico, aunque las
finalidades entre uno y otro puedan variar. En Pirandello hay una mayor
preocupación psicológica y diríamos que incluso metafísica; en Brecht prima
particularmente su preocupación ética por la liberación socio-histórica del
ciudadano.
El teatro le aporta a Pirandello nuevos motivos de reflexión: la
ilusión, la máscara, la denegación... Pero, ¿no es también todo eso la vida
misma? La innovación mayor de este autor reside en su intento por profundizar
en la ilusión escénica que le llevará a ensayar distintos procedimientos para
que el espectador cambie su modo tradicional de enfocar lo que pasa en escena.
Pirandello hace difícil que el espectador se identifique con sus personajes por
la sola vía del sentimiento. Antes bien, parece hacer su aliada a la razón.
Para conseguir estos efectos, el autor intenta romper con la
ilusión escénica, enfrentando comportamientos vitales a comportamientos
teatrales. Así, en Seis personajes en busca de autor el espectador asiste de
entrada al ensayo de una obra del propio Pirandello titulada El juego de las
partes. En esto se presentan en el teatro seis personajes: el Padre, la Madre,
la Hijastra, el Hijo, el Jovencito -que es otro hijastro de catorce años- y una
Niña de cuatro. Frente a la historia expuesta en el ensayo, estos intrusos exponen
al director y a sus actores otra historia real como la vida misma: sus propias
existencias. Pirandello, con este artificio, parece pretender que el espectador
no tome a estos personajes como seres de teatro.
En Enrique IV, la perspectiva desde la que enfoca la realidad es
la locura. Para curar al tío materno del Marqués de Nolli, que, a raíz de un
golpe en la cabeza, se cree Enrique IV, el doctor Genoni transforma a todos los
amigos y familiares del loco en personajes de época. Lo curioso es observar cómo
el loco, con el que todos están fingiendo, empieza a recobrar poco a poco la
razón juzgándoles ahora a ellos, para lo que no encuentra mejor medio que
seguir aparentando su enfermedad.
En El hombre de la flor en la boca, por poner un último ejemplo el
autor enfrenta a un personaje, que sabe que en breve ha de morir, con otro
normal y corriente. Este último se encuentra agobiado por una serie de
problemas que, como es de suponer, al primero le parecen triviales y sin
importancia comparados con los suyos. Dos modos distintos de enfocar la
existencia.
No es fácil el teatro de Pirandello; ha influido considerablemente
en los existencialistas, absurdistas, en el español Jacinto Grau, en Genet,
Weiss, etc.
5.
EL TEATRO POLÍTICO DE ENTREGUERRAS: PISCATOR
Hacia 1923 comienza ya a sentirse el cansancio de los espectáculos
expresionistas. El momento histórico parecía exigir modos escénicos más
realistas. El expresionismo dejó así paso a la llamada Nueva Objetividad (Neue
Sachlichkeit) y a un teatro marcadamente político.
Este teatro tuvo su máximo representante en el gran director, que
se inicia con los expresionistas, Erwin Piscator (1893-1966). Tras abandonar
pronto el expresionismo se lanza abiertamente al teatro concebido como un
instrumento de propagación de la ideología marxista, de signo marcadamente
comunista.
Piscator recluta a aficionados, más que a profesionales. Le
interesa más el testimonio y la denuncia que la calidad estética del producto.
En su afán por adoctrinar al pueblo en la lucha de clases, buscará al
espectador proletario en sus propios espacios —un taller, una fábrica, una sala
de reuniones de obreros, una cervecería—, a los que convertirá en escenarios.
El ejemplo de Piscator prendió en las organizaciones de izquierda
durante el periodo de entreguerras. A imitación suya, veremos florecer, dentro
y fuera de Alemania, un sinfín de grupos de aficionados y semiprofesionales
entre los que, a veces, batallaron artistas de calidad.
Recordemos el caso del Groupe Octobre francés, de los hermanos Pierre
y Jacques Prévert; o los grupos españoles: La barraca de Lorca, Misiones
Pedagógicas de A. Casona, o el teatro de guerrilla de Alberti-Teresa León...
Con la mirada puesta en su público y en la finalidad del
espectáculo, este teatro político popularizó un subgénero peculiar de
"pieza" escénica: las actualidades. Consistían éstas en unos sketches
en los que comentaban y caricaturizaban, siempre que venía al caso, a los
personajes y noticias del momento. Las actualidades eran una especie de periódico
escenificado. Otro género popular fue el drama histórico, presentado como
parábola de fácil interpretación para criticar el presente.
Piscator expuso todas estas teorías y experiencias en un texto
interesante titulado precisamente El teatro político. Tras la Segunda Guerra,
este tipo de teatro perdió interés en Europa Occidental. En España y en
Latinoamérica, sin embargo, siguió interesando. Perseguido por dictaduras y
oligarquías de derecha, los grupos progresistas supieron obviar la vigilancia y
las censuras en algún momento, o aprovechar descuidos o cansancios del Poder
para mostrar sus productos.
La historia del teatro español, portugués y latinoamericano no
deberá olvidar el capítulo de su Teatro independiente. En ocasiones, este
teatro, con más voluntad que medios, intentó la evolución del arte escénico. De
resaltar la labor de algún grupo —con la injusticia que implica para tantos y
tantos colectivos— mencionaríamos la labor de Los goliardos, en España; la
continuada labor de los actores de Coimbra, en Portugal; el Teatro de la Arena,
de Sao Paulo, en Brasil, dirigido por G. Guarnieri y Augusto Boal.
Pero Piscator, que no abandonará nunca su vertiente política (ni
este teatro, al que volverá, en los suburbios de Berlín, hasta la ascensión de
Hitler), se consagrará pronto a montajes de calidad en Alemania, en Estados
Unidos, a partir de 1939, y, de nuevo en Alemania desde 1951. En sus grandes
montajes era amigo de distribuir la acción por diversas plataformas, de los
efectos de movimiento casi cinematográfico para el que usaba de la escena
giratoria, las proyecciones filmadas, altavoces, pancartas, movimientos de
actores y comparsas...
Dejó escrito: "El factor heroico de la nueva dramaturgia no
está ya en el individuo, en su destino personal particular, sino más bien en
nuestra época, en el destino de las masas... El hombre en escena adquiere el
valor de función social." Las ideas y la práctica de Piscator influyen sin
duda en... Bertolt Brecht.
6.
BERTOLT BRECHT
La personalidad artística de Bertolt Brecht (1898-1956)
transciende por momentos el tiempo histórico de su actividad teatral. Originó
un fenómeno de gran interés, pues desarrolló su práctica escénica según unas
directrices reguladoras, que fueron reciclando la experiencia, pero que
terminaron por construir una teoría revolucionaria. De esta manera transformó
el drama europeo. Tras su muerte, pasó a ser dios de algo más que un estilo
teatral, el brechtismo, que fue seguido fielmente por sus imitadores. Pronto el
fenómeno mostró sus limitaciones, porque faltaba él para ordenar sus escritos,
y decirnos cómo había que entenderlos, e incluso cómo continuarlos. Con el
tiempo, y las correctas lecturas que han hecho algunos de sus estudiosos, se ha
mostrado la originalidad de la experiencia, la enorme importancia de sus
postulados —desde los primeros impulsos expresionistas hasta su gran
dramaturgia marxista—, pero también la inicial miopía de correligionarios que
poco o nada sacaron en claro de sus experiencias, intentando embalsamar-las al
ponerlas en las antípodas del aristotelismo. Era la mejor manera de que
quedaran inmovilizadas para la historia. Pero Brecht, como buen creador, ha
sido mucho más grande tras su muerte que en vida, en donde no terminaron de
confiar en sus experiencias. Después de un periodo de alabanza sin más, es
cuando se ha podido explicitar la entidad de sus propuestas.
Breve
panorámica de su producción escénica
Yo,
Bertolt Brecht, vengo de los bosques negros. Cuando me trajo a las ciudades
mi
madre me tenía en su vientre todavía.
El
frío de los bosques permanecerá en mí hasta la muerte.
Para entender la obra y teoría de Brecht hay que partir de una
trayectoria autoral y expresiva muy variada en sus primeros años; no se puede
decir nunca que es contradictoria, porque asimiló bien todos los movimientos
artísticos y literarios que proliferaron en Europa. A finales de la Primera
Guerra Mundial, por ejemplo, lo encontramos en Munich. Escribe la primera
redacción de Baal (1918), que nos recuerda a Rimbaud, por quien siente profunda
atracción.
Juntaba combinaciones de palabras de resonancia sensorial, de
palabras que tenían un espesor y un color determinados.
Los años 20 lo acercan a las teorías de Marx. Habiendo colaborado
con los movimientos espartaquistas de Munich, dedica su obra Tambores en la
noche (1920) a la sofocada rebelión de Berlín, producida un año antes. Brecht
empieza ya a mostrar una Alemania fracasada. En la jungla de las ciudades
(1922) inventa una América alucinante, kafkiana y mistérica. Por entonces
Brecht no es más que un joven médico con clara vocación poética. Las claves de
su formación hay que buscarlas en las relaciones con gentes como Karl Valentín,
Erich Angel o Carola Neher. Influido por el primero, conocido actor bávaro,
redacta piezas en un acto, más propias de cabaret que de teatro. Al tiempo,
ejerce la crítica teatral. El hecho de conocer en 1923 a la actriz Helene
Weigel marcará definitivamente su vida, en el terreno afectivo y en el
profesional. Brecht trabajaba como dramaturgo en un teatro muniqués, para el
que adapta la significativa obra de Marlowe Vida de Eduardo II de Inglaterra.
Recordemos que el término dramaturgo utilizado (en alemán, dramaturg) no se
corresponde exactamente con la acepción castellana de dramaturgo. El dramaturg
alemán es algo así como el adaptador de textos, aunque con mayor capacidad
creativa que el simple refundidor, pues puede seleccionar fragmentos de
distintas obras, diferentes poetas, incorporar canciones, etc.
En Munich inicia el trabajo de adaptación de textos de otros autores,
a los que imprime una personalidad especial. Realiza un tratamiento riguroso
del original, dentro de una libertad de orden y agrupamiento secuencial propio
del punto de vista subjetivo del expresionismo. Había visto trabajar a Piscator
y aprovecha esta experiencia para buscar una nueva dimensión en los productos
teatrales manejados. En la desnudez y agresividad del texto marlowiano tuvo
buen campo de experimentación. Y no debió irle mal del todo la prueba, pues
enseguida continuó su oficio de dramaturgo en el Deutcher Theater de Berlín,
que estaba en manos de Max Reinhart. Es, como vemos, un momento de plena
actividad, pero también de intensa formación junto a los más importantes
directores del momento, de los que, sin dudar, el joven Brecht aprendió su oficio.
Su actividad literaria se potencia con la participación en la creación del
colectivo "Grupo 1925", en donde también están Dublín, Tucholsky y
Becher. Trabaja en su obra Un hombre es un hombre, que estrenará al año
siguiente, 1926, así como en La boda. La primera es un duro ataque al
colonialismo. Por este tiempo, Brecht lee con avidez filosofía marxista,
lectura que va dejando huella en su obra.
Soy
amable con la gente. Llevo
un
sombrero hongo según sus costumbres.
Digo:
estos animales tienen curiosos olores.
Y
digo: tanto da, yo también.
En 1928 produce su primer gran texto, La opera de perra gorda,
es-trenado en Berlín, que no deja de ser, empero, uno de sus característicos
arreglos de una obra anterior, en este caso, La opera del bandido, del autor
inglés del siglo XVIII, John Gay. Introduce Brecht, funda-mentalmente, letras y
canciones originales, para las que cuenta con el compositor Kurt Weill. También
con el elemento musical en portada, escribe Esplendor y decadencia de la ciudad
de Mahagonny (1929), El vuelo de los Lindberg (1929), Pieza didáctica de
Baden-Baden (1929) y La decisión (1930). La primera es una auténtica alegoría
poética, no obstante Brecht se siente, por entonces, tan autor lírico como
dramático. Es un momento en el que produce un didactismo para el que busca los
medios escénicos más adecuados: sencillez expositiva, diálogos muy cortantes y
esquemáticos y el uso de la parábola como línea dramática. No se contenta, como
Piscator, con una simple teatralidad en la exposición, sino que la enriquece
con una cuidada literatura, en donde nunca pierde el sentido del humor ni la
ironía, como base del discurso estético. El estreno de Mahagonny, en Leipzig,
es saludado con curiosidad, pero también con entusiasmo. Algo nuevo afloraba en
la escena europea. Es también el año en que inicia La excepción y la regla,
periodo de pleno teatro didáctico, en donde proliferan muchos de sus más
importantes textos teóricos del principio de su ejecutoria.
La popularización de la radio, como elemento de rápida difusión
informativa y cultural, le lleva a realizar diversas adaptaciones para ese
medio, que parece dominar con pulcritud. Su obra Santa Juana de los mataderos,
que había escrito un par de años antes, inspira-da en una narración de
Elisabeth Hauptmann, se estrena en la radio en 1932. En esta línea de
refundiciones, escribe La madre (1932), siguiendo fielmente la novela de Gorki.
Su condición ideológica le reporta los primeros problemas con la censura
alemana. Comienza a redactar Cabezas redondas y cabezas puntiagudas, cuyo
fuerte simbolismo proyecta una terrible sátira contra la ya imparable filosofía
nazi, al igual que Los Horacios y los Curiacios (1934). Para entonces ya se
encuentra Brecht en el exilio en Praga, junto a su familia, iniciado tras el
incendio del Reichstag, en febrero de 1933; un exilio que durará bastantes
años, y en el que, sin patria —porque hasta su nacionalidad alemana perdió—,
condensará su teoría, merced a una obra dramática que iba subiendo sin parar a
los escenarios, estuviera donde estuviera. De Praga pasó a Viena, Zurich,
París, Thurá y Skovsbostrand (Dinamarca), en donde se instala. Desde allí
realiza numerosos viajes (París, Londres, Moscú). El estreno de La madre en
Nueva York, 1936, le lleva a una larga estancia en la ciudad norteamericana. En
1935, ha iniciado su obra Terror y miseria del III Reich, a base de pequeñas
piezas que presentan, como enorme fresco dramático, los desmanes de las
dominaciones nazis. Helene Weigel estrenará ocho piezas de dicha obra en
Copenhague, en 1938. En la misma ciudad había presentado Los fusiles de la
madre Carrar, estrenada un año anterior en París, en donde Brecht había
participado en el Congreso Internacional de Escritores, reunidos bajo el tema
de la Guerra Civil española. Todavía en 1938 empezaría La vida de Galileo, cuyo
primer título era La tierra se mueve.
Y
dicen: vendrán mejores tiempos. Y yo
jamás
les pregunto: cuándo.
En el 39 marcha a Suecia, pues se presentía la llegada de las
tropas nazis a Dinamarca. Vive allí un año, cerca de Estocolmo, y comienza los
trabajos de El proceso de Lúculu, Madre Coraje y sus hijos y La persona buena
de Sezuán. Es curioso, pero junto a un periodo de viajes, huidas e
incomodidades empiezan a surgir los grandes textos que situarían al autor en cabeza
de la dramaturgia europea. Es un momento en donde evoluciona de una posición
eminentemente didáctica, que trasluce una preocupación política evidente, a la
plena madurez de la creación total. Y también, como espectacular paradoja, se
produce el paso de una dramaturgia de tintes revolucionarios a otra inserta en
las tendencias del momento, aun sin olvidar que contiene todas y cada una de
sus innovaciones.
De Suecia debe seguir huyendo a Finlandia, en donde redacta su
espléndida obra El señor Puntila y su criado Matti, inspirada en cuentos de
aquel país. Poco más de un año vive allí, pues se traslada a Moscú, para
enseguida embarcar hacia California. Cerca de Hollywood se encuentra con muchos
de sus colegas y amigos alemanes exilia-dos, como Peter Lorre, Fritz Lang, Paul
Dessau, Heinrich Mann o Ferdinand Bruckner. Comienza a redactar La resistible
ascensión de Arturo Ui, parábola sobre el gansterismo americano, cuyo telón de
fon-do es el gansterismo nazi, y Las visiones de Simone Marchard, en
colaboración con Lion Feuchtwanger, terminada en 1943. Acepta trabajar con
algunos de sus viejos camaradas, y aparece como guionista de películas
americanas. Su labor práctica de escritor no cesa, como lo demuestra Schweyk en
la Segunda Guerra Mundial, cuyo papel principal lo hizo pensando en Peter
Lorre. Sus obras empiezan a traducirse al inglés. Estrena ahora Terror y
miseria..., aunque con el título de The' private life of the Masterrace, y Vida
de Galileo, con dirección de Charles Laughton. Esto último sucede en 1947,
cuando Brecht ha de comparecer ante la Comisión de Actividades Antiamericanas.
Es el principio de su salida de los Estados Unidos. A finales de ese mismo año
está en Suiza, trabajando en una versión de Antígona. De su paso por América
dejó el estreno de El círculo de tiza caucasiano, al que no pudo asistir,
escrito en 1944.
Raza
frívola, nos hemos cerrado
en
casas que creíamos indestructibles.
De
esta forma hemos construido los altos inmuebles de la isla de Manhattan y las
débiles antenas que dialogan por encima del Atlántico.
Su largo peregrinar acaba. En octubre de 1948, tras haber vivido
cerca de Zurich, se establece definitivamente en Berlín Este, en donde dirige
Madre Coraje, en colaboración con Erich Engel. Es el año en el que escribe
"El pequeño Organon", auténtica compilación de las ideas escénicas
que ha llegado a experimentar y definir en su trayectoria de hombre de teatro.
Posteriormente entraremos en su consideración. En 1949 funda el Berliner
Ensemble, teatro estable en donde, por fin, Brecht desarrollará una labor
práctica continuada, sin los sobresaltos de los últimos años. El autor entonces
cuenta con cincuenta años, y muchas posibilidades de realizar una larga y
tranquila labor. Todavía escribe un texto, Los días de la Comuna, inspirado en
La derrota, de Grieg, que a la postre será su última obra compuesta, pues
Turandot, o el congreso de los lavanderos (1954) no terminó de revisarla.
El trabajo de Brecht, desde 1949, se concreta en poner en marcha
el Berliner Ensemble, con obras propias o no, salir a dirigir producciones
fuera de su residencia y cuidar la publicación de poemas y textos teatrales
teóricos. En 1954 llega con su compañera a París, y logra el reconocimiento
total de la crítica europea. Quizá, hasta entonces, la obra de Brecht no había
sido tenida en cuenta en su integridad. Pero poco le queda de vida para
ratificar ese reconocimiento, pues en 1955, preocupado por la continuidad de su
labor, escribe a la Academia de las Artes de Berlín sobre las medidas que
habrían de tomarse en caso de fallecer. Un año después, en pleno ensayo de la
Vida de Galileo, muere de infarto de miocardio.
Sabemos
que somos provisionales.
Y
que después de nosotros nada ocurrirá que valga la pena de ser comentado.
La
teoría teatral de Brecht
Es significativo que ya en 1956, Roland Barthes dijera:
"Carece de riesgo profetizar que la obra de Brecht va a ser más importante
cada vez, no sólo porque se trata de una gran obra, sino también porque nos
encontramos ante una obra ejemplar; brilla, al menos hoy, de forma excepcional
en la mitad de dos desiertos: el del teatro contemporáneo y el del arte
revolucionario, estéril desde los comienzos de la burocratización." En
efecto, Brecht ha legado una importante herencia en sus textos teóricos, que
fue conformando a lo largo de su vida, y que se atreve a presentar, ordenados,
en 1948, en el conocido opúsculo "El pequeño organón". Resumamos,
pues, sus ideas principales, basándonos en ese artículo, sin entrar en el
proceso de gestión, en la solapación de pensamientos, en las contradicciones
que todo artista conlleva y en todo cuanto pudiera aclarar, pero no definir,
los puntos esenciales de su dramaturgia.
Para Brecht, el teatro debía ser consecuente con el momento
histórico en que uno vive. Y su realidad exigía una escena racional,
científica, precisa y objetiva. Su propia vida le hace conocer directamente la
injusticia social, a la que combate desde sus dramas. En el primer punto del
"organon" da esta definición: "El teatro consiste en representar
figuraciones vivas de acontecimientos humanos ocurridos o inventados, con el
fin de divertir. Esto es, en todo caso, lo que damos por supuesto en este
escrito, y tanto al hablar del teatro moderno como del antiguo." Brecht se
va a plantear el fin mismo del drama y sus objetivos, más que su esencia. Es en
lo único en que se aparta abiertamente de Aristóteles, habida cuenta del
sentido contemporáneo de la función del teatro en nuestro siglo. Si Nietzsche
denunciaba la funcionalidad del fenómeno dramático como ilusión burguesa, Brecht,
desde planteamientos basados en el materialismo histórico, conduce aquella
funcionalidad hacia el sentido político del teatro, a partir de criterios de
utilidad y eficacia del arte. Esta es la encrucijada del discurso
antiaristotélico de Brecht, ya que a partir de ahí, la catarsis se convierte en
enajenación, cosa que rechaza y cambia por la mirada extrañada ante la fábula
escénica. "El rechazo de la identificación —dice Brecht en sus Escritos
sobre teatro— no surge de un rechazo de las emociones, ni conduce a ese
rechazo. Precisamente el deber de la dramática no aristotélica consiste en
demostrar la falsedad de las tesis de la estética vulgar, según la cual las
emociones sólo pueden ser producidas por la vía de la identificación. Sin
embargo, una dramática no aristotélica debe someter a una cuidadosa crítica
toda emoción condicionada por ella y por ella materializada."
El efecto de "extrañamiento" o
"distanciamiento" brechtiano (Verfremdungseffect, en alemán)
—avanzado en cierta medida por Schkowskij, en 1917— fue utilizado por primera
vez, por Brecht, en las notas a Cabezas redondas y cabezas puntiagudas,
estrenada en 1936: "Ciertas incidencias de la obra, mediante ruidos,
música entre bastidores y el juego del actor, deberían, en tanto que escenas cerradas
en sí mismas, quedar convertidas en algo extraño al mundo de lo cotidiano, de
lo evidente y de lo esperado." En el punto 42 del "organon"
describe el efecto: "Representación distanciadora es aquélla que permite
reconocer el objeto, pero que lo muestra al propio tiempo como algo ajeno o
distante (freud). El teatro antiguo y medieval distanciaba a los personajes con
máscaras de hombres y animales. El asiático emplea todavía hoy efectos
musicales y mímicos. Estos efectos impiden, sin duda, la identificación
(Einfühlung) y, sin embargo, esta técnica se basa en un fondo de hipnotismo y
sugestión, en un grado mayor que aquella técnica que busca la
identificación". Este tipo de teatro que pone en práctica Brecht, tras su
muerte la mayoría de los creadores europeos lo denominan "épico",
para resaltar la necesidad de establecer una distancia semejante a la que los
antiguos espectadores establecían con las narraciones.
Tales postulados se materializan gradualmente en la praxis de sus
grandes textos dramáticos. Cuando los hijos de Madre Coraje admiten su
participación en la guerra, se une de manera dialéctica el Brecht teórico y el
Brecht práctico. Los héroes dejan de tener una única perspectiva. Llegan al
espectador "extrañados", transportados unos metros más allá de donde
creíamos que estaban. Claro está que para conseguir tales logros, la
interpretación, los decorados, la iluminación, la música, todos los lenguajes
del teatro, han de contar con un grado de empleo, que no todos los creadores
son capaces de ejercer.
Finalmente, para explicar la experiencia brechtiana se suele usar
un cuadro, que si bien reduce la riqueza expresiva del método, también es
didáctico en su esquema, para mejor comprender lo que separaba al autor del
teatro dramático al uso. Aquí lo ofrecemos abreviado:
FORMAS
DRAMÁTICAS
FORMAS
ÉPICAS
Se actúa.
Se envuelve al espectador en una acción escénica.
Se absorbe su actividad.
Se le hace experimentar sentimientos.
Se ofrecen vivencias.
El espectador es introducido en algo.
Sugestión.
Se conservan las sensaciones.
El espectador simpatiza.
El hombre es algo conocido.
El hombre es inmutable.
La tensión aparece desde el principio.
Cada escena está en función de la siguiente.
La acción es creciente.
El pensar determina el ser.
Expresión de sentimientos.
Se narra.
Se hace del espectador un observador.
Se despierta su actividad.
Se le obliga a adoptar decisiones.
Se ofrecen imágenes del mundo.
Se sitúa al espectador frente a algo.
Argumento.
Las sensaciones conducen a una toma de conciencia.
El espectador estudia.
El hombre es objeto de investigación.
El hombre es mutable.
La tensión está en todo el desarrollo.
Cada escena tiene sentido en sí.
La acción es oscilante.
El ser social determina el pensar.
Expresión de la razón.
Brecht supone un paso adelante en la consideración social del
teatro, al que añade la originalidad de tratarlo como el producto artístico que
es, nacido del hombre y para los hombres.
(BERTOLT BRECHT.)
I. PEQUENO ORGANON
1. EI "teatro" consiste en representar figuraciones
vivas de acontecimientos humanos ocurridos o inventados, con el fin de
divertir. Esto es, en todo caso, lo que damos por supuesto en este escrito, y
tanto al hablar del teatro moderno como del antiguo.
4. Esto es lo que, Según Aristóteles, pretendían los antiguos con
sus tragedias: nada mas alto ni nada más bajo que el divertir a la gente.
Cuando se dice que el teatro tiene su origen en el culto, lo único que se dice
es que el teatro llegó a serio mediante una selección: no tomó de los misterios
su misión litúrgica, sino el placer que procuraban, pura y simplemente. Y la
catarsis aristotélica, la purificación mediante el temor y la piedad, es un
lavado que no solo se festejaba placenteramente, sino con el especial propósito
de divertir. Exigir más del teatro, o concederle más, es proponerle un objetivo
inferior al que le es propio.
33. El teatro que ya encontramos hecho muestra la estructura de la
sociedad (representada en la escena) como no influenciable por la sociedad (la
que se sienta en las butacas del teatro). Edipo, que pecó contra algunos
principios que mantenían la sociedad de su tiempo, es castigado por los dioses
a quienes no se puede criticar. Los grandes personajes de Shakespeare, que
llevan la estrella de su destino en el pecho, cumplen su irremediable y mortal
trayectoria, y se matan; la vida, y no la muerte, resulta obscena en su
derrota, ya que la catástrofe no es criticable. Por todas partes víctimas
humanas! ¡Bárbaros entretenimientos! Sabemos que los bárbaros poseen un arte.
¡Hagamos nosotros otro distinto!
7.
ARTAUD Y LA DESTRUCCION DEL TEATRO
En realidad, Antonin Artaud (1896-1948) no pretendió destruir el
teatro en sí, ya que su evolución como actor, director y teórico se encamina a
defender el teatro como forma de expresión y de vida del hombre, frente a los
intentos surrealistas que pretendían su muerte. Lo que sí es cierto es que
Artaud propuso un teatro cuya concepción era radicalmente distinta de la del
teatro tradicional que hasta él llegaba, con contadas excepciones. Para que ese
nuevo teatro fuera posible, era preciso acabar con el anterior, al menos por
parte de quienes lo intentaran. Por otro lado, el teatro que Artaud quería se
oponía al teatro digestivo, reconfortante, que no cuestiona al espectador en su
ser interior ni en su ser social. A cambio, propondrá un teatro inquietante,
destructor, revolucionario, siempre en el sentido que a estos términos hemos de
dar dentro de la teoría artaudiana.
Ante la lectura de El teatro y su doble, que reúne escritos de
1931 a 1933, los actores y directores de los años 50 no sabían si estaban ante
un crítico, un creador o un visionario iluminado. Con la distancia que
proporciona casi medio siglo, comprendemos que las ideas de Artaud son el
resultado de un proceso de maduración interna del escritor, desde dentro del
teatro. Por otro lado, es fusto indicar que tales propuestas se vieron
favorecidas por anteriores intentos destructivos, como los ya citados de Jarry
y los surrealistas.
II.
EL TEATRO Y SU DOBLE
(Antonin Artaud, El teatro y su doble.)
Romper el lenguaje para alcanzar la vida: en eso consiste hacer o
rehacer el teatro [...] Y lo importante es que no todos pueden conseguirlo, que
se necesita una preparación.
Esto nos lleva a rechazar las limitaciones habituales del hombre,
a multiplicar hasta el infinito las fronteras de lo que se denomina realidad.
Hay que creer en un sentido de la vida renovado por el teatro, en
el que el hombre, impávido, se vuelve dueño y señor de lo que aún no es, y lo
haga renacer. Y todo lo que no es puede siempre nacer, con tal de no
contentarnos con seguir siendo simples órganos de grabación.
Igualmente, Cuando pronunciamos la palabra vida, es preciso que
entendamos que se trata no de la vida reconocida en el exterior de los hechos,
sino de esa especie de frágil y agitado hogar al que no alcanzan las formas.
Que si todavía existe algo infernal y verdaderamente maldito en este tiempo,
ese algo consiste en continuar artísticamente con las formas en vez de ser como
ajusticiados en la hoguera que hacen signos en las llamas...
Los planteamientos del surrealismo, a partir de 1924, no dejaban
mucha opción al teatro. La búsqueda de una escritura generalizada, en contacto
con la totalidad de la vida del hombre, surgida de él, atentaba directamente
contra los géneros literarios en vigor: novela, poesía, diarios, teatro... La
escena debía perder todos sus caracteres distintivos: intriga coherente,
psicología de los personajes, verosimilitud. André Breton, fundador del
movimiento superrealista, achacaba al teatro su falta de autenticidad, y no
llegaba a comprender que un creador pudiera dejarse representar en escena por
el actor de turno. Cegados en su afán destructivo, Breton y sus adeptos no
llegaron a imaginar que el teatro surrealista era posible, a poco de aplicar a
este género las técnicas compositivas que propugnaban para el arte en general:
onirismo, resurgir de la infancia, escritura libre que dejase actuar al
inconsciente, irracionalismo, humor... Tampoco supo ver en las obras de sus
contemporáneos ejemplos de aplicación de la teoría. No conoció, por ejemplo, en
su momento los títulos de dos grandes obras de García Lorca, escritas en las
mismas fechas de las reuniones surrealistas de París: El público y Así que
pasen cinco anos. También Ramón Gómez de la Serna se había adelantado al
dadaísmo con su curioso teatro.
Artaud fue un entusiasta del grupo surrealista, hasta su expulsión
por Breton en 1925. Cuando llegó a Paris, cinco anos antes, lo mejor que
encuentra de teatro es lo que esta haciendo Lugné-Poe y Charles Dullin. En el
Atelier de este último trabaja como actor; decía del maestro que sabía alcanzar
"la mística de la escena". Consideraba a Dullin muy superior a Craig,
Appia y los directores rusos. Sin embargo, poco a poco se irá distanciando de
él, como ya lo hiciera de Lugné-Poe, para acabar criticando su "mediocre
verosimilitud" en escena, y colocarlo entre los directores y actores del
llamado teatro digestivo. Con este epíteto designaba el teatro de los bulevares
de Paris, entre los que integraba también a Pitoeff y Jouvet, unánimemente
ensalzados por la crítica europea. Con esto, Artaud no salva prácticamente
ninguna experiencia escénica ni dentro ni fuera de Francia.
En 1926 funda con Robert Aron y Roger Vitrac el Teatro Alfred
Jarry, que los surrealistas intentaron boicotear. La experiencia sólo duró dos
años. A partir de ahí, Artaud trabajó como actor en teatro y cine. Gracias
precisamente al cine, podemos hoy acercarnos al mito Artaud, a su peculiar
rostro, en películas como La pasión de Juana de Arco (1927),de Carl Dreyer, y
Napoleón (1928) de Abel Gance. Durante esos anos, hasta 1935, medita y redacta
sus grandes ensayos. En 1931 asiste, en París, a unas representaciones del
teatro Balinés. Fue tal su entusiasmo, que, a partir de entonces, volvió a
creer en lo maravilloso del arte de la escena y en sus poderes mágicos. Dicho
teatro le mostraba su "juego perpetuo de espejos que van desde un color
hasta un gesto, y desde un grito a un movimiento [...], en donde todo responde
como por medio de canales horadados al mismo espíritu [...]: exorcismo para que
afluyan nuestros demonios... ".
Ensayos célebres fueron La puesta en escena y la metafísica
(1932), Primer manifiesto sobre el teatro de la crueldad (1932) y El teatro y
la peste (1933). La lectura que Todorov hace de estos escritos puede ser, entre
otras, una buena guía para los mismos, siempre que estemos de acuerdo en que
Artaud rebasa todos los comentarios que sobre él se han hecho hasta la fecha.
Exponemos a continuación, una serie de puntos que marcan su progresión:
1. Para Artaud, el teatro es un lenguaje. Pero este lenguaje
teatral tiene sus diferencias con el lenguaje articulado convencional. La
comparación entre ellos puede aclararnos lo peculiar del lenguaje teatral.
Empecemos por decir que el lenguaje convencional es sólo una parte o elemento
posible del lenguaje teatral. Su abuso ha provocado la muerte del teatro
occidental.
2. En el lenguaje convencional usamos un sistema ya hecho. En
teatro, sin embargo, el actor debe hacer su lenguaje; algo así como si el
lenguaje no existiera y el actor, al sentir la necesidad de expresarse, debiera
crear su propio lenguaje.
"El
lenguaje teatral se encuentra exactamente en el punto preciso en el que el
espíritu tiene necesidad de un lenguaje para, producir sus manifestaciones."
3. En consecuencia con lo dicho, el lenguaje en teatro será más
un, creación que una enunciación. Y si el lenguaje teatral, en cualesquiera de
sus elementos, nace de una necesidad del hombre, a 1a que va estrechamente
unido, esto debe tener una gran repercusión. Se diría que en teatro cuenta
menos lo significado (lo que se expone) que la forma en que se expone. Dicho de
otro modo, en el teatro occidental, el significante pasa desapercibido, pues al
actor y al espectador le interesa mucho más lo significado, hecho condenable
por Artaud. Aquel significante no quiere decir la imagen perceptible
sensorialmente, sino la peculiar creación de la misma hecha por el actor. Por
poner un ejemplo: a Artaud le interesa menos la pronunciación establecida por
la fonología que las mil posibilidades de emisión de la voz por parte del
actor, de las que elegirá aquellas que sienta como necesarias. En realidad,
significante y significado son inseparables, en el teatro.
4. En la percepción de este teatro, toman parte todas las
facultades que intervinieron en sus creaciones (anímicas y orgánicas;
conscientes e inconscientes) y no sólo la facultad intelectiva, de absoluto
dominio, el teatro occidental. Artaud afirma que este lenguaje está más cerca
del Caos que del Orden: "El lenguaje de la escena, si existe y se forma,
será por naturaleza destructor, amenazante, anárquico; evocará el Caos."
5. Tras las premisas precedentes, el teatro se ha de entender como
un acto en el que el hombre se compromete en su integridad. De ahí que,
contrariamente al uso, un hecho teatral sea irrepetible. Cada noche, el actor
ha de volver a crearse. La idea de la repetición está prohibida. Como lo está
la improvisación a partir de un texto dado, es decir, de un pretexto, aunque sí
deba existir un postexto, de la creación). "Esas imágenes, esos
movimientos, esas danzas, esos ritos, esas músicas, esas melodías, truncadas,
serán cuidadosamente anotadas y descritas, hasta donde sea posible, con
palabras y, sobre todo, en las partes no dialogadas del espectáculo, como si se
tratase de una partitura musical." Este postexto será el verdadero texto,
más que la obra del dramaturgo o su adaptación. Hay que acabar con la tiranía
del escritor. El teatro es más, muchísimo más que la obra de un dramaturgo; en
su origen, en su proceso y en su representación al público.
6. Hasta aquí hemos dejado entender que el lenguaje
específicamente teatral artaudiano admite entre sus signos-símbolos, todas las
formas expresivas humanas: del cuerpo y del espíritu, capaces de ser percibidas
por vía sensorial, orgánica, mental , inconsciente. Con una condición: que no
sean entendidas como manifestaciones autónomas (la música o la danza), sino
como conformantes del todo teatral. En el fondo, Artaud está actualizando y completando
las propuestas de Wagner sobre el drama lírico, yendo, evidentemente, mucho más
allá que él en su análisis del acto creador y en su manifestación externa.
En suma, Artaud propone la consideración de un lenguaje de la
escena inmensamente rico, simbólico y sugerente. El lenguaje articulado, sólo
puede ser una parte de aquél, el emitido por la voz humana, o, con más
precisión, una de las posibilidades de dicha voz humana. Además, en su emisión,
su poder encantatorio ha de ser tan perceptible como sus significaciones
conceptuales. De otro modo, el teatro representado en escena, nos aclarará
Artaud, poco o nada se diferenciará del texto escrito.
Todo ello nos conduce a la finalidad del teatro, según el teórico
francés, totalmente apartada del concepto del arte por el arte. El teatro no es
ni gratuito ni utilitario. No se le pueden atribuir fines políticos o sociales
inmediatos. Ello implicaría una doble traición: al teatro y a la política. Por
contra, "el teatro debe intentar alcanzar las regiones mas profundas del
individuo y crear en él una especie de alteración real, aunque oculta, cuyas
consecuencias serán percibidas mas tarde", añade Artaud. En definitiva, se
trata de la fórmula que todos atribuyen a su poética: el teatro no tiene que
representar la vida, en lo que ésta posea de mas esencial; el teatro tiene que
ser la propia vida. Artaud sobrepasa los límites de la re-presentación; los
destruye.
Si Artaud fue tajante en el plano propiamente escénico, su rigor
no era tanto con las obras de los dramaturgos, que consideraba sometidas al
genio del creador. Sin embargo, resulta interesante saber lo que él consideró
aceptable para su teatro de la crueldad. Salvó bastante poco de lo escrito
basta él. Entre sus preferencias primeras, Ubú rey de Jarry, Victor o los ninos
al poder de Vitrac, y El sueno de Strindberg. En el manifiesto del teatro de la
crueldad nos presenta la siguiente relación, con la indicación expresa de
"sin tener en cuenta el texto":
- algún Shakespeare;
- León-Paul Fargue;
- La historia de Barba Azul;
- La toma de jerusalem,
- un cuento de Sade: El castillo de Valmor, adaptado por
Klossowski;
- algún melodrama romántico;
- Voyzeck, de Búchner;
- algún isabelino.
A Artaud le atrae en particular Séneca, en el que ve los mejores
ejemplos del teatro de la crueldad y de la peste. El mismo hizo una adaptación
del Atreo y Tiestes del dramaturgo latino. Adaptó también dos relatos que le
llamaban poderosamente la atención: El monje, novela gótica de Lewis, y Los
Cenci, según Shelley y Stendhal. Esta última la quiso llevar a escena. Todos
esperaban que Artaud mostrase en la práctica sus teorías sobre el arte teatral.
Pero el estreno de Los Cenci, en mayo de 1935, no fue precisamente un éxito.
Artaud dijo que se vio traicionado por la realización. Durozoi explicaba que el
director no llegó a expresar lo que tenia en la mente por falta de medios, de
tiempo y de materiales, pero, sobre todo, porque tuvo que plegarse a las
exigencias de la primera actriz, que era quien pagaba los gastos del montaje.
Artaud pasará a la historia del teatro como el máximo
representante del simbolismo-surrealismo, y como profeta de las modernas
vanguardias, pese a que su influencia inmediata fuese muy escasa.
Un joven actor francés, que había colaborado en Los Cenci, hizo algunos
intentos por llevar a la práctica sus teorías.
Jean-Louis Barrault, que tal era su nombre, escogió para ello una
obra que permitía los despliegues poéticos, los coros, las alegorías que
desbordaran la noción psicológica de los personajes, los actos violentos, el
desgarro y el alarido, los enfrentamientos colectivos. Este texto fue la
Numancia, de Cervantes. Barrault recuerda el estreno de 1937: "En el plano
de la sociedad, yo aportaba mi contribución a los republicanos españoles,
respetaba al individuo, glorificaba la libertad. En el plano de la metafísica
del teatro, penetraba en lo fantástico: danza, realidad, superrealidad. El Río,
el Fuego, la Magia, mi teatro total."
(A. Artaud, La puesta en escena y la metafísica.)
[...] ¿Cómo es posible que la escena occidental solo vea el teatro
bajo su aspecto de teatro dialogado?
El diálogo - cosa escrita y hablada - no constituye lo específico
de la escena, pertenece al libro; prueba de ello es el lugar que en los
manuales de historia de la literatura se le reserva al teatro, al que se
considera como una rama accesoria de la historia del lenguaje ar¬ticulado.
Yo digo que la escena es un lugar físico y concreto que exige que
lo llenemos, que le hagamos hablar su lenguaje concreto.
Yo digo que este lenguaje concreto, destinado a los sentidos e
independiente de la palabra, debe satisfacer ante todo a los sentidos, pues
existe una poesía para los sentidos como existe otra para el lenguaje, y que
este lenguaje físico y concreto al que estoy haciendo alusión sólo es teatral
en la medida en que los pensamientos que expresa escapen al lenguaje
articulado... Esto permite sustituir la poesía del lenguaje por una poesía en
el espacio que se desplegara en el ámbito de lo que no pertenece estrictamente
a las palabras.
Veinte años más tarde, Artaud será desenterrado por los grupos
americanos y europeos más concienciados con la necesidad de un teatro entendido
como compromiso con uno mismo, con los demás y con el propio arte. Derrida
advertirá que en todos ellos -Living Theatre, Open Theatre, pánico,
Grotowski...- las simpatías y coincidencias con Artaud no excluyen
incomprensiones y traiciones al teatro de la crueldad. Derrida rechaza como no
artaudiano todo teatro no sagrado, todo teatro ideológico cuyo fin sea el transmitir
un mensaje que se agote en el acto de la palabra, todo teatro que privilegie la
palabra y no eche mano de los demás elementos escénicos; todo teatro abstracto.
8.
BECKETT Y EL ABSURDO
El irlandés Samuel Beckett pasa por ser la figura innovadora de mayor
relieve del llamado, entre otras denominaciones, teatro del absurdo. Una serie
de dramaturgos surgidos alrededor de 1950 fueron así definidos. Europa acababa
de salir de una guerra que había dejado perplejos a poetas y filósofos. Como
bien vio Wellwarth, si la sinrazón de la primera guerra mundial (1914¬1918)
hizo justamente desconfiar de la razón humana y de sus poderes en la ordenación
sensata de la historia - de donde se originó un arte antirracionalista:
expresionista, dadaísta y surrealista -, tras la segunda guerra (1939-1945), el
escepticismo se evidenció en obras en donde la lógica imperante - adulta,
socio-histórica, del poder y del orden - se ve desmentida e ironizada. Es
cuando el absurdo descubre el humor trágico.
Ejemplos
del absurdo
Veamos el funcionamiento de este absurdo en un ejemplo más que
conocido. En Picnic, de Arrabal, asistimos, a una serie de comportamientos
ilógicos (absurdos): no es lógico que los padres visiten a su hijo en la guerra
para merendar; que inviten a la mesa a un soldado enemigo; que los soldados
canten y bailen en pleno combate; no es lógica la decisión del padre de parar
la guerra para que no se aburran los soldados, como tampoco lo es el modo de
hacerlo: que cada uno diga a sus compañeros que no quiere seguir luchando y que
se vayan a casa todos; y que a los generales les den panoplias para
consolarlos. La única proposición lógica es la final: una ráfaga de
ametralladora siega la vida de los cuatro personajes mientras celebraban su
decisión. La clave del absurdo, su moraleja, está en lo no dicho, en las
preguntas y respuestas que provoca en el espectador. Si la última proposición
era la lógica, ¿qué diferencia hay entre razón y locura?, ¿no estaremos
viviendo en un mundo de dementes?, ¿qué sentido tienen, entonces, las grandes
palabras, como conocimiento, solidaridad o comunicación?
El problema del teatro del absurdo está en su descodificación. Se
trata de crear elementos lo suficientemente extraños como para que el
espectador repare en ellos. La lección, de Ionesco, escrita por las mismas
fechas que La cantante calva, es otra obra significativa por su sencillez y
humor trágico. Es posible que sean éstas, junto con la citada Picnic, las obras
universalmente más representadas en la segunda mitad del siglo XX. En concreto,
las dos de Ionesco están ininterrumpidamente en cartel desde 1950 en el Teatro
de la Huchette de París.
En la escena vacía suena un timbre. Sale a abrir la Criada. Entra
la Alumna. La Criada llama al profesor. Este inicia su lección de todo: de
geografía, de historia, de aritmética y de la temida filología. Extraña lección
en tono de farsa, en la que Ionesco, en ocasiones, copia sin reparo al Molière
de EI burgués gentilhombre. Un inoportuno mal de muelas hace que la Alumna se
vaya desmoronando mientras crece la lascivia y la agresividad del absurdo
Profesor. Con la filología se explican las palabras, entre ellas
"cuchillo". Para hacer más gráfica su explicación, llevado de su
"realismo" pedagógico, el Profesor matará a la Alumna con el
cuchillo. Entra la Criada, retiran el cuerpo muerto de la Alumna. Suena el
timbre como al principio. La Criada sale a abrir a la nueva Alumna: la número
cuarenta y uno.
Muchas de estas obras absurdas, deliciosas y disparatadas, siguen
aún vivas, aunque en algún momento se hagan reiterativas y farragosas. De ahí
que las más breves sean las que mejor resistan el paso del tiempo. Aparte de
otras fuentes posibles, sus elementos nos eran conocidos en buena medida
gracias a la farsa tradicional, a las piezas breves de Courteline -considerado
como un genio por los ingleses-, a Audiberti y a precursores como Miguel Mihura
(1903-1977) y Wiltold Gombrowicz (1904-1969).
Samuel
Beckett
Menos reconocible entre los absurdistas pareció Samuel Beckett
(1906-1989). En su aparente sencillez, su escritura dramática resulta la mas
innovadora del teatro de nuestro siglo. En nuestra opinión, su aportación al
arte escénico es legítimamente comparable a la que supuso la obra de Joyce para
la narrativa. La comparación no es ociosa, y no solo por la relación
profesional que tuvieron. Beckett fue secretario del narrador. El Ulises de
Joyce, modelo de obra abierta, lo es ante todo por su libertad de composición.
Contrariamente a lo que se piensa, su lectura puede resultar sencilla si
adoptamos el punto de vista de su escritura. Joyce, que no pone ninguna traba
al discurrir de su personaje, se limita a transcribir lo que éste piensa,
comenta, hace o dice, tal y como le ocurre en la "realidad"
extraliteraria: todo desfila por el relato, lo divino y lo humano, lo banal y
lo metafísico. Conciliar esta espontaneidad con una cuidada elaboración,
evitando que esta última no trasluzca sus esquemas, fue el secreto y la lección
de Joyce. Y la de Beckett. El drama más significativo de su teatro es, sin
duda, Esperando a Godot (1953).
Vladimir y Estragón, que se denominan familiarmente Didí y Gogo,
esperan a un tal Godot. El lugar de la cita es un cruce de caminos, cerca de un
árbol. Todo lo que hacen es exactamente eso: esperar a un señor que no vendrá
nunca. Ante esto, Didí y Gogo hablan... para matar el tiempo. Hablan del
tiempo, de los zapatos, de la Biblia... En un momento dado aparecen Pozzo y
Lucky, señor y criado. Más tarde, un muchacho llega para avisar que "Godot
no vendrá esta noche, pero que lo hará mañana". El primer acto termina con
la noche. En el siguiente, todo ocurre como habíamos visto en el anterior, a
excepción de algunos cambios. Al árbol seco le han salido unas hojas. Por su
parte, Pozzo y Lucky vuelven a aparecer, pero se les advierte más viejos. El
amo se ha quedado ciego y el esclavo, mudo. De nuevo el mismo mensaje: Godot
vendrá mañana. Vuelve la noche con su luna. Es el final de la obra. Didí y
Gogó, que habían dejado para la segunda jornada la decisión de ahorcarse,
vuelven a aplazar su decisión. ¿Hasta cuándo?
Después del estreno de la obra en Paíis, por Roger Blin, algún
crítico opinó que aquello era una tomadura de pelo; que el dramaturgo se estaba
riendo del teatro y del público con aquel bla-bla-bla que no tenía argumento
alguno, en una obra en la que no ocurría nada. Aquello estaba en las antípodas
de lo que durante más de dos milenios se venía entendiendo como teatro. Aquello
era el antiteatro. La mayor parte de los críticos fueron más comprensivos.
Hemos de señalar que el estreno tuvo lugar en el "Babylone", un
teatro para iniciados, de unos 250 asientos.
Entre otros significativos textos de Beckett está Final de partida
(1957), que nos presenta una habitación siniestra habitada por una extraña
familia: Hamm, el padre, paralítico y ciego; Clov, su hijo adoptivo, que puede
andar, pero jamás sentarse; Nell y Nagg, los abuelos, dos lisiados sin piernas
metidos en unos contenedores de basura, por los que muestran sus cabezas cuando
alzan las tapaderas. Aparentemente, tampoco pasa nada. "El final está en
el principio y, sin embargo, uno sigue, se continúa", dice Hamm.
En La última cinta (1959), el viejo Krapp, sordo y reumático,
dialoga con un magnetófono, en el que "escucha" grabaciones de
juventud. Luego sigue la cinta, con su ruido sin voz, mientras Krapp mira al
vacío. En Díar felicea (1961) no parece existir referencia de lugar ni de
tiempo. Apenas si existe un personaje: Winnie, a la que vemos hundiéndose poco
a poco en un montículo de tierra. Pronto sólo se le vera la cabeza. Sin embargo
- ironía amarga o resignación -, Winnie exclamará risueña: "¡Buen día el
que va a hacer hoy, ya lo creo!"
La parquedad de elementos, de mobiliario, de movimientos, de
luces; las voces semiapagadas, los seres insignificantes o limitados en sus
atribuciones, contribuyen a que lo poco que se nos presenta en escena alcance
un gran nivel significativo. Teatro de la descomposición, de la imposible
comunicación. Este, más que el de Sartre o Camus, fue el verdadero teatro
existencialista.
Por otro lado, frente a los grupos y gritos revolucionarios,
propios del teatro en el siglo XX, Beckett opone las notaciones mínimas,
precisas, para expresar la degradación. Estos personajes, al borde de la
desesperación los unos, del no ser los otros, constituyen para quien sepa
decodificarlos sentimentalmente, un grito de tanta o mayor violencia que el de
las manifestaciones épicas o el de las resurrecciones artaudianas. El humor, la
ironía en Beckett, son de una intensa y desconsolada melancolía, y de una gran
tensión dramática: la tensión de lo no-dicho, pues en estas obras cuenta, tanto
o más que lo que vemos y oímos, el silencio y la estupefacción que provocan e
imponen. Beckett nos acerca el teatro de la mudez, al límite de la
representación.
Del laconismo escénico de Beckett es un ejemplo ilustrativo
Breath, su más breve farsa, en cinco actos, sin actores, con una duración de
treinta segundos, estrenada en Nueva York en 1969:
Se alza el telón sobre una oscuridad casi total: unos instantes de
negro.
De repente, una iluminación muy débil deja ver una especie de
descampado cubierto de basuras y desechos diversos. La luz permanece fija
durante cinco segundos de silencio.
Se oye una breve fracción del vagido de un recién nacido, seguida
de una inspiración humana amplificada, que dura diez segundos, durante los
cuales la luz va aumentando progresivamente. El màximo de luz coincide con el
final de la inspiración.
Siguen luego cinco segundos de silencio y de iluminación estable.
Se oye después una expiración amplificada que dura diez segundos,
durante los cuales la luz va subiendo. El màximo de la luz coincide con el
final de la expiración.
La iluminación coincide con el final de la expiración y es seguida
inmediatamente de una fracción de vagido idéntica a la anterior en longitud y
volumen.
Cinco segundos de silencio y luz fija.
La iluminación débil se apaga de súbito. Tras unos instantes de
oscuridad absoluta cae el telón.
Para Pérez Navarro, Pozzo había anticipado esta obra: "Nos
paren a horcajadas sobre la tumba, la luz brilla un instante, luego otra vez la
noche."
La
poética del absurdo
Los personajes caricaturizados en Ionesco o degradados en Beckett
hiperbolizan al hombre en nuestro tiempo. Lo mismo cabría decir de los
personajes-marionetas de La parodia, de Adamov, sin nombre propio: La Madre, la
Hermana, el Mutilado, el Empleado o simplemente N. El Empleado, eufórico y
confiado, acaba ciego y encarcelado. N, pesimista, termina aplastado por un
automóvil y echado entre desperdicios por los basureros.
En opinión de Adorno, este teatro crea realmente el efecto de
distanciamiento del que habló Brecht. En efecto, el público difícilmente se
identifica con toda esta galería de personajes de comportamientos tan extraños.
Al mismo tiempo, lo anormal e hiperbólico alterna con situaciones y lenguajes
de un incontestable realismo, que nadie hasta la fecha, ni siquiera los
naturalistas, habían hecho suyo, sin duda por no considerarlo teatral.
Es decir, hasta ahora no se había considerado conveniente ese
hablar por hablar de las cosas más anodinas, de la realidad más simple y
casera, sin segundas significaciones. Semejante lenguaje que, según Duvignaud,
se atiene a la "lógica del pie de la letra", sólo sería posible en
boca de niños o de extranjeros, ajenos a las connotaciones del idioma y de la
historia que lo conforma. Curiosamente, algo de niños tienen algunos de los
personajes creados por estos dramaturgos extranjeros residentes en París.
Frente a la composición tradicional clásica, con su planteamiento,
nudo y desenlace, este teatro da la impresión de carecer de progresión
narrativa. Da la impresión, decimos, pues, en realidad, el dramaturgo del
absurdo suele ir introduciendo sutilmente toda una serie de signos de la
degradación que harían poco probable mantener indefinidamente las estructuras
reiterativas o circulares que vienen a suplantar la progresión aristotélica.
Así, por entenderlo una vez más con Esperando a Godot, recordemos los cambios
del acto II, de los que hemos dado cuenta, la acentuación de la impaciencia, la
tensión emocional y la aceleración del ritmo de la representación. Para
explicar la composición del nuevo teatro se ha hablado de estructuras oníricas
revisadas. Como advierte Jacquart, es necesaria esta revisión, ya que es
difícil trasladar un sueño a escena sin caer en el hermetismo o en el
simbolismo mas radicales. Por lo demás, no podemos contar nuestros sueños, sino
nuestros recuerdos de los sueños. Pero podemos extraer del sueño su falta de
sucesión lógica, sus divagaciones, el azar o lo fortuito, que sustituyen a la
causalidad aristotélica.
El nuevo teatro suele echar mano de las estructuras cíclicas,
referidas ya al conjunto de la obra, ya a sus temas o proposiciones. La
secuencia final completa o repite la secuencia inicial, dando la impresión de
que todo podría volver a empezar indefinidamente. Por lo demás, al examinar
todos sus recursos formales y técnicos, hemos de concluir señalando que la
originalidad del teatro del absurdo estuvo en saber combinarlos. Muchas de
estas técnicas, como ya advirtió tempranamente Martin Esslin, están tomadas de
la plástica surrealista, del cine, novela, circo, marionetas, mimo, guiñol...
El cine está más que visible en este tipo de teatro,
particularmente el cómico de los hermanos Marx, de Chaplin, de Buster Keaton
con sus gags, sus objetos inesperados, sus sorpresas. Todos los dramaturgos
confiesan esta deuda. A la novela moderna deben algunas técnicas compositivas,
ambientes, contenidos argumentales e ideológicos. Pensemos aquí en novelistas
que han marcado la conciencia del escritor moderno: Dostoievski, Faulkner,
Virginia Woolf y, sobre todos ellos, Lewis Carroll, maestro del non-sense,
Joyce y Kafka. Por su lado, la influencia surrealista es innegable. Más
soterrada y parcial parece la de Artaud. El absurdo es un teatro de predominio
de la palabra, lo que no es precisamente muy artaudiano. Pero los efectos
revulsivos que provoca, su manifestación trágica, aunque sea por vía de la
tragicomedia, si lo acercan a los dobles del teatro: la peste, la crueldad, la
propia vida.
Por todo lo dicho hasta aquí, este teatro exige de los actores una
inmensa naturalidad. Para el intérprete del absurdo no debe existir ni la sala
ni la escena. Debe borrar su conciencia de actor para hacer abstracción de su
propia evolución, de su cultura. No ir más allá del tono y las referencias
primeras denotadas en el texto. De otro modo, traicionará a su personaje.
Ejemplos
fuera de Francia
Indiscutiblemente, Beckett, Ionesco, Arrabal y el Adamov de la
primera etapa están considerados como los maestros del Teatro del Absurdo. Pero
éste no fue propiedad exclusiva de aquéllos en la década de los 50. Para Roland
Barthes, a finales de dicha década este teatro fue asimilado por la burguesía a
la que criticaba. Al menos, así ocurrió en Paris. Ello significó su muerte como
vanguardia. En otros países pudo tener una vida menos fulgurante y una muerte
más lenta.
En Inglaterra participan de la poética absurda dramaturgos como
Harold Pinter, H. F. Simpson, J. Sanders y Tom Stoppard. Pinter nos muestra, en
sus juegos y diálogos que a veces recuerdan a Ionesco, el agobio y la opresión
que se cierne sobre sus personajes, un poco al modo de Kafka. Destacamos: La
habitación (1957), El aniversario (1958), El portero (1960) y El montacargas
(1960). A Simpson se le ha relacionado con el non-senso de Lewis Carrol, pero
acusa igualmente su conocimiento de los estrenos de París. Stoppard (n. 1937),
produce una obra más tardía. Con el absurdo se ha relacionado su Rosencrantz y
Guildenstern han muerto, donde, como en Beckett, vemos sometidos a una espera
interminable, en la corte de Dinamarca, a dos personajes secundarios del Hamlet
de Shakespeare.
En Estados Unidos, que muy pronto estará a la cabeza de las
vanguardias escénicas y artísticas del mundo, se continúa con una lenta pero
imparable evolución desde el realismo psicológico de O'Neill y, sobre todo, de
la variada producción de Williams. En Arthur Kopit (n. 1937) encontramos el
absurdo y el freudismo un tanto parodiados y caricaturizados, como en las
farsas más desbocadas del teatro francés, sobre todo en su éxito Oh, papá,
pobre papá, mamá te ha encerrado en el armario y a mí me da mucha pena (1961).
Edward Albee (n. 1928) destaca particularmente por su Historia del zoo (1959),
en la que todo parece adecuarse a ese lenguaje del pie de la letra del que
hemos hablado. Son muy conocidos, por los demás, títulos Como El sueño
americano y ¿Quién teme a Virginia Woolf?
Menos renombre han alcanzado dramaturgos europeos igualmente
relacionados con el Absurdo, como H. S. Michelsen, considerado de forma abusiva
como el Beckett alemán, o Gunter Grass, más conocido como novelista. Entre los
polacos destacan merecidamente Tadeusz Rosenwicz, con EI fichero, de clara
tendencia cinematográfica, y Slawomir Mrozek, con Tango.
El
absurdo hispano
En España, al nombre de Miguel Mihura habría que añadir el de
otros autores precedentes, como Enrique Jardiel Poncela, el mismo Ramón Gómez
de la Serna, Tono y los humoristas de La Codorniz, fundada por Mihura en plena
posguerra y dictadura española (1942), y denominada "la revista más audaz
para el lector más inteligente". Quizá sea justo también recordar el humor
absurdo de Miguel Gila en sus chistes gráficos, artículos y emisiones
radiofónicas. Durante los años 40, el grupo vanguardista de los postistas
cultivó un humor en la línea del absurdo. Para Francisco Nieva, dos componentes
de este grupo, E. Chicharro y S. Sernesi, con su obra inacabada La lámpara,
prefiguran el teatro de Ionesco. Arrabal, que acusa un absurdo a lo Gila en
Picnic (1952), se alinea con Beckett en El triciclo (1952) y en la que es quizá
su mejor obra, Fando y Lis (1955). Este absurdo ingenuo se advierte en El
parque se cierra a las ocho, de F. Martín Iniesta. Al Absurdo se acerca
igualmente el autor catalán Manuel de Pedrolo, con Cruma (1957), La nostra mort
de cada dia (1958) y Técnica de Cambra (1961). En los últimos años de la
dictadura de Franco, el Absurdo fue utilizado por un grupo de autores con la
función específica de evitar la censura. Entre ellos, José Ruibal (El hombre y
la mosca, 1968), Jerónimo López Mozo (Moncho y Mimí, 1967), Luis Matilla (El
observador, 1967) y Ángel García Pintado (Las manos limpias, 1967).
Sin duda, Fernando Arrabal (nacido en 1932) es el dramaturgo
español de mayor proyección exterior, gracias a la tendencia escénica al
Absurdo que adoptó desde sus inicios. Fue introducido en Francia por Jean-Mario
Serreau, en 1959, con un montaje de la citada Pic-nic. El dramaturgo fue
evolucionando hacia formas cada vez mas vanguardistas, siempre llenas de polémica,
y dirigidas por los mejores directores, como Savary (El laberinto), Víctor
García (El cementerio de automóviles) y Lavelli (El arquitecto y el emperador
de Asiria). Al inicio de los 60, Arrabal fue admitido en el grupo Superrealista
de André Breton. Pronto lo abandonará por considerar que éste imponía una
determinada censura moral y estética. Funda entonces el "Grupo
Pánico", en donde concilia tendencias barrocas y superrealistas. Según él,
los pintores influyen en, su trayectoria más que los dramaturgos a la hora de
dar forma a sus obsesiones, particularmente el Bosco, Bruegel, Goya y los
superrealistas Matisse, Max Ernst, De Chirico y Duchamp, junto a ellos hemos de
citar a sus autores favoritos: Dostoievski, Kafka, Lewis Carrol, Gracián,
Góngora y los dramaturgos griegos e isabelinos. Pero su principal materia
dramática procede de su biografía, deformada por la memoria y los sueños de su
infancia. De tener que resaltar las notas mas sobresalientes de esta vanguardia
arrabaliana destacaríamos:
a) su origen y concepción libres de censuras,
b) el predominio de las fijaciones y de las imágenes oníricas,
c) su carácter marcadamente psicodramático, que explica en parte
su éxito en sociedades como la americana y la japonesa,
d) la acentuación de la relación sádica en sus personajes,
e) su imaginería sagrada, y
f) la tendencia a la ceremonia y al teatro total.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario