PÁRMENO.- ¿Adónde
iremos, Sempronio? ¿A la cama a dormir o a la cocina a almorzar?
SEMPRONIO.- Ve tú
donde quisieres; que, antes que venga el día, quiero yo ir a Celestina a cobrar
mi parte de la cadena. Que es una puta vieja. No le quiero dar tiempo en que
fabrique alguna ruindad con que nos excluya.
PÁRMENO.- Bien dices.
Olvidado lo había. Vamos entramos y, si en eso se pone, espantémosla d manera
que le pese. Que sobre dinero no hay amistad.
SEMPRONIO.- ¡Ce!, ¡ce!
Calla, que duerme cabo esta ventanilla. Ta, ta, señora Celestina, ábrenos.
CELESTINA.- ¿Quién
llama?
SEMPRONIO.- Abre, que
son tus hijos.
CELESTINA.- No tengo yo
hijos que anden a tal hora.
SEMPRONIO.- Ábrenos a Pármeno y Sempronio,
que nos venimos acá a almorzar contigo.
CELESTINA.- ¡Oh locos
traviesos! Entrad, entrad. ¿Cómo venís a tal hora, que ya amanece? ¿Qué habéis
hecho? ¿Qué os ha pasado? ¿Despidiese la esperanza de Calisto o vive todavía
con ella o cómo queda?
SEMPRONIO.- ¿Cómo,
madre? Si por nosotros no fuera, ya anduviera su alma buscando posada para
siempre. Que si estimarse pudiese a lo que de allí nos queda obligado, no sería
su hacienda bastante a cumplir la deuda, si verdad es lo que dicen, que la vida
y persona es más digna y de más valor que otra cosa ninguna.
CELESTINA.- ¡Jesús!
¿Que en tanta afrenta os habéis visto? Cuéntamelo, por Dios.
SEMPRONIO.- Mira qué
tanta que por mi vida la sangre me hierve en el cuerpo en tornarlo a pensar.
CELESTINA.- Reposa, por
Dios, y dímelo.
PÁRMENO.- Cosa larga
le pides, según venimos alterados y cansados del enojo que hemos habido. Harías
mejor aparejarnos a él y a mí de almorzar, quizá nos amansaría algo la
alteración que traemos. Que cierto te digo que no quería ya topar hombre que
paz quisiese. Mi gloria sería ahora hallar en quien vengar la ira, que no pude
en los que nos la causaron, por su mucho huir.
CELESTINA.- ¡Landre me
mate si no me espanto en verte tan fiero! Creo que burlas. Dímelo ahora,
Sempronio, tú, por mi vida: ¿qué os ha pasado?
SEMPRONIO.- Por Dios,
sin seso vengo, desesperado; aunque para contigo por demás es no templar la ira
y todo enojo y mostrar otro semblante que con los hombres. Jamás me mostré
poder mucho con los que poco pueden. Traigo, señora, todas las armas
despedazadas, el broquel sin aro, la espada como sierra, el casquete abollado
en la capilla. Que no tengo con que salir un paso con mi amo cuando menester me
haya. Que quedó concertado de ir esta noche que viene a verse por el huerto.
¿Pues comprarlo de nuevo? No mando un maravedí en que caiga muerto.
CELESTINA.- Pídelo,
hijo, a tu amo, pues en su servicio se gastó y quebró. Pues sabes que es
persona que luego lo cumplirá. Que no es de los que dicen: Vive conmigo y busca
quien te mantenga. Él es tan franco que te dará para eso y para más.
SEMPRONIO.- ¡Ha! Trae también Pármeno perdidas las suyas. A este cuento en
armas se le irá su hacienda. ¿Cómo quieres que le sea tan importuno en pedirle
más de lo que él de su propio grado hace, pues es harto? No digan por mí que
dando un palmo pido cuatro. Dionos las cien monedas, dionos después la cadena. A
tres tales aguijones no tendrá cera en el oído. Caro le costaría este negocio.
Contentémonos con lo razonable, no lo perdamos todo por querer más de la razón,
que quien mucho abarca, poco suele apretar.
CELESTINA.- ¡Gracioso
es el asno! Por mi vejez que, si sobre comer fuera, que dijera que habíamos
todos cargado demasiado. ¿Estás en tu seso, Sempronio? ¿Qué tiene que hacer tu
galardón con mi salario, tu soldada con mis mercedes? ¿Soy yo obligada a soldar
vuestras armas, a cumplir vuestras faltas? A osadas, que me maten si no te has
asido a una palabrilla que te dije el otro día, viniendo por la calle, que
cuanto yo tenía era tuyo y que, en cuanto pudiese con mis pocas fuerzas, jamás
te faltaría, y que, si Dios me diese buena mano derecha con tu amo, que tú no
perderías nada. Pues ya sabes, Sempronio, que estos ofrecimientos, estas
palabras de buen amor no obligan. No ha de ser oro cuanto reluce; si no más
barato valdría. Dime, ¿estoy en tu corazón, Sempronio? Verás si, aunque soy
vieja, si acierto lo que tú puedes pensar. Tengo, hijo, en buena fe, tanto
pesar que se me quiere salir esta alma de enojo. Di a esta loca de Elicia,
cuando vine de tu casa, la cadenilla que traje para que se holgase con ella y
no se puede acordar dónde la puso. Que en toda esta noche ella ni yo no habemos
dormido sueño de pesar. No por su valor de la cadena, que no era mucho; pero
por su mal cobro de ella y de mi mala dicha. Entraron unos conocidos y
familiares míos en aquella sazón aquí: temo no la hayan levantado, diciendo: si
te vi, burleme etc. Así que, hijos, ahora que quiero hablar con entrambos, si
algo vuestro amo a mí me dio, debéis mirar que es mío; que de tu jubón de
brocado no te pedí yo parte ni la quiero. Sirvamos todos, que a todos dará,
según viere que lo merecen. Que si me ha dado algo, dos veces he puesto por él
mi vida al tablero. Más herramienta se me ha embotado en su servicio que a
vosotros, más materiales he gastado. Pues habéis de pensar, hijos, que todo me
cuesta dinero y aun mi saber, que no lo he alcanzado holgando. De lo cual fuera
buen testigo su madre de Pármeno. Dios haya su alma. Esto trabajé yo; a
vosotros se os debe es otro. Esto tengo yo por oficio y trabajo; vosotros por
recreación y deleite. Pues así, no habéis vosotros de haber igual galardón de
holgar que yo de penar. Pero aun con todo lo que he dicho, no os despidáis, si
mi cadena aparece, de sendos pares de calzas de grana, que es el hábito que
mejor en los mancebos parece. Y si no, recibid la voluntad, que yo me callaré
con mi pérdida. Y todo esto, de buen amor, porque holgasteis que hubiese yo
antes el provecho de estos pasos que no otra. Y si no os contentarais, de
vuestro daño haréis.
SEMPRONIO.- No es esta
la primera vez que yo he dicho cuánto en los viejos reina este vicio de
codicia. Cuando pobre, franca; cuando rica, avarienta. Así que adquiriendo
crece la codicia; y la pobreza, codiciando; y ninguna cosa hace pobre al
avariento sino la riqueza. ¡Oh Dios, y cómo crece la necesidad con la
abundancia! ¡Quién la oyó a esta vieja decir que me llevase yo todo el
provecho, si quisiese, de este negocio, pensando que sería poco! Ahora que lo
ve crecido, no quiere dar nada, por cumplir el refrán de los niños, que dicen:
de lo poco, poco; de lo mucho, nada.
PÁRMENO.- Dete lo que
prometió o tomémoselo todo. Harto te decía yo quién era esta vieja, si tú me
creyeras.
CELESTINA.- Si mucho
enojo traéis con vosotros o con vuestro amo o armas, no lo quebréis en mí. Qué
bien sé dónde nace esto, bien sé y barrunto de qué pie cojeáis. No cierto de la
necesidad, que tenéis de lo que pedís, ni aun por la mucha codicia que lo
tenéis; sino pensando que os he de tener toda vuestra vida atados y cautivos
con Elicia y Areúsa, sin quereros buscar otras, moveisme estas amenazas de
dinero, poneisme estos temores de la partición. Pues callad, que quien estas os
supo acarrear os dará otras diez ahora, que hay más conocimiento y más razón y
más merecido de vuestra parte. Y si sé cumplir lo que prometo en este caso,
dígalo Pármeno. Dilo, dilo, no hayas empacho de contar cómo nos pasó, cuando a
la otra dolía la madre.
SEMPRONIO.- Yo dígole
que se vaya y bájase las bragas. No ando por lo que piensas. No entremetas
burlas a nuestra demanda, que con ese galgo no tomarás, si yo puedo, más
liebres. Déjate conmigo de razones. A perro viejo no cuz cuz. Danos las dos
partes por cuenta de cuánto de Calisto has recibido; no quieras que se descubra
quién tú eres. A los otros, a los otros, con esos halagos, vieja.
CELESTINA.- ¿Quién soy
yo, Sempronio? ¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no amengües mis
canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi
oficio, como cada cual oficial del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere
no le busco. De mi casa me vienen a sacar, en mi casa me ruegan. Si bien o mal
vivo, Dios es el testigo de mi corazón. Y no pienses con tu ira maltratarme,
que justicia hay para todos; a todos es igual. Tan bien seré oída, aunque
mujer, como vosotros, muy peinados. Déjame en mi casa con mi fortuna. Y tú,
Pármeno, no pienses que soy tu cautiva por saber mis secretos y mi pasada vida
y los casos, que nos acaecieron a mí y a la desdichada de tu madre. Y aun así,
me trataba ella cuando Dios quería.
PÁRMENO.- No me
hinches las narices con esas memorias; si no, enviarte he con nuevas a ella,
donde mejor te puedas quejar.
CELESTINA.- ¡Elicia!
¡Elicia! Levántate de esa cama, dame mi manto presto, que por los santos de
Dios para aquella justicia me vaya bramando como una loca. ¿Qué es esto? ¿Qué
quieren decir tales amenazas en mi casa? ¿Con una oveja mansa tenéis vosotros
manos y braveza? ¿Con una gallina atada? ¿Con una vieja de sesenta años? ¡Allá,
allá, con los hombres como vosotros, contra los que ciñen espada, mostrad
vuestras iras; no contra mi flaca rueca! Señal es de gran cobardía acometer a
los menores y a los que poco pueden. Las sucias moscas nunca pican sino los
bueyes magros y flacos, los perros ladradores a los pobres peregrinos aquejan
con mayor ímpetu. Si aquélla que allí está en aquella cama, me hubiese a mí
creído, jamás quedaría esta casa de noche sin varón ni dormiríamos a lumbre de
pajas; pero por aguardarte, por serte fiel, padecemos esta soledad. Y como nos
veis mujeres, habláis y pedís demasías. Lo cual, si hombre sintieseis en la
posada, no haríais. Que como dicen, el duro adversario entibia las iras y
sañas.
SEMPRONIO.- ¡Oh vieja
avarienta, garganta muerta de sed por dinero!, ¿no serás contenta con la tercia
parte de lo ganado?
CELESTINA.- ¿Qué
tercia parte? Vete con Dios de mi casa tú. Y esotro no dé voces, no allegue la
vecindad. No me hagáis salir de seso. No queráis que salgan a plaza las cosas
de Calisto y vuestras.
SEMPRONIO.- Da voces o
gritos, que tú cumplirás lo que prometiste o cumplirán hoy tus días.
CELESTINA.- ¡Justicia!,
¡justicia!, ¡señores vecinos! ¡Justicia!, ¡que me matan en mi casa estos
rufianes!
SEMPRONIO.- ¿Rufianes
o qué? Esperad, doña hechicera, que yo te haré ir al infierno con cartas.
CELESTINA.- ¡Ay, que me
ha muerto! ¡Ay, ay! ¡Confesión, confesión!
PÁRMENO.- Dale, dale,
acábala, pues comenzaste. ¡Que nos sentirán! ¡Muera!, ¡muera! De los enemigos,
los menos.
CELESTINA.- ¡Confesión!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario