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Monólogo de Casandra (1)

Obra: Agamenón, de Esquilo.


CASANDRA.
 ¡Ay, ay, ay, horror! ¡Apolo, Apolo!
Ay, ay, ay, horror! ¡Apolo, Apolo!
Apolo, Apolo, dios de los caminos, Apolo mío! Me has perdido sin remedio por segunda vez. ¡Apolo, Apolo, dios de los caminos, Apolo mío! ¿Adónde, adónde me has traído? ¿A qué mansión? ¡Ah! ¡Casa odiosa a los dioses, testigo de muchos crímenes!, ¡lazos suicidas!, ¡esposo degollado!, ¡suelo empapado en sangre!  ¡Ah! Creo en estos testimonios: esos niños que lloran su degüello, esas carnes asadas devoradas por un padre.
¡Oh dioses! ¿Qué se prepara? ¿Qué es este nuevo y gran dolor? Un gran mal se trama en esta casa, insoportable para los amigos, incurable, y el socorro está lejos.
¡Oh miserable! ¿Vas a terminar esta acción? Al esposo que comparte tu lecho, después de haberlo lavado en el baño... ¿cómo diré el final? Pues esto será rápido: extiende mano tras mano deseosa de alcanzarlo.
¡Eh, eh, oh, oh! ¿Qué es esto que aparece? ¿Es una red de Hades? Sí un ared; la túnica que le acompañaba en el lecho; el instrumento de su muerte. Legión desordenada de Erinis, nunca hartas de la sangre de esta raza, romped en regocijados alaridos de triunfo por ese sacrificio execrable.
¡Ah, ah! ¡Ahí, ahí! Aparta el toro de la vaca. Entre vestidos ha cogido, al generoso animal de negros cuernos: ya la hiere, ya cae en la bañera llena. Te cuento el suceso, el crimen alevoso que va a cometerse en sus ondas.
¡Ay, ay, desgraciada! ¡malhadada suerte mía! Lloro mi propio dolor y
lo vierto también a la copa. ¿Con qué fin me has traído aquí, desdichada de mí? No a otra cosa que compartir la muerte, sin duda.

¡Ay, ay, destino del melodioso ruiseñor! Los dioses le otorgaron un cuerpo alado y una vida feliz, sin lágrimas. En cambio a mí me espera una muerte a lanza de doble filo. ¡Oh la boda, la boda de Paris fatal a los suyos! ¡Oh Escamandro, río de la patria! En otro tiempo a tus orillas, desgraciada, crecía y me criaba, pero, ahora, junto al Cocito y el Aqueronte, pronto, creo, cantaré mis oráculos.
¡Oh Miserias, Miserias de mi ciudad del todo destruida! ¡Oh sacrificios paternos por las murallas, inmolación de innumerables ovejas de nuestros prados! Ningún remedio ha evitado a la ciudad sufrir lo que sufre. Y yo inflamado el corazón pronto caeré en tierra
Ya el oráculo ya no mirará más a través de velos, como una joven recién desposada; brillante, estoy segura, llegará soplando hacia el sol naciente, de suerte que una desgracia mucho mayor surgirá, como una ola, a la luz. Ya no os informaré por medio de enigmas. Y sed testigos de que olfateo, sin perderme, las huellas de los crímenes antiguos. Este palacio nunca lo abandona un coro que si canta al unísono, no es de dulce melodía; pues no entona alabanzas. Sí, ha bebido para tener más coraje, sangre humana la tropa, difícil de expulsar, de las Erinis familiares que permanecen en el palacio. Sitiando esta morada, cantan el himno de la maldad inicial: después, a su vez, escupen sobre el lecho de su hermano, cruel al que lo mancilla. ¿Erré el blanco o lo acierto como un arquero? ¿O soy una falsa adivina que llama de puerta en puerta diciendo necedades? Jura en testimonio de que no has oído y no conoces el viejo crimen de esta casa.

Apolo, el adivino, me encargó esta tarea.  En otro tiempo me avergonzaba hablar de ello. Pero me acometía de tal manera, y ardía por mí en amor tan encendido….
Sí, ya vaticinaba a mis conciudadanos todas sus desgracias. A nadie convencía en nada, después de esta falta. ¡Ay, ay, oh desventura! De nuevo la terrible fatiga de la adivinación me agita profundamente, turbándome con sus siniestros preludios. ¿Veis estos niños sentados delante del palacio, semejantes a las formas de un sueño? Como niños muertos por sus parientes, las manos llenas de carne, alimento de sí mismos, llevando –carga lamentable- sus entrañas e intestinos de que gustó su padre. Por ello alguien, digo, medita su venganza, un cobarde insolente, casero, que se revuelve en el lecho contra el señor que ha llegado, el mío, pues debo soportar el yugo esclavo. Y el capitán de las naves y destructor de Troya no sabe lo que ha dicho y declamado extensa y alegremente la lengua de esa perra odiosa y que, a manera de infortunio solapado, cumpliré con perversas artes. Tal es su audacia: una mujer asesina del varón es... ¿Qué nombre acertaría a dar a este monstruo repugnante? ¿Dragón de dos cabezas, Escila habitante de las rocas, ruina de navegantes? ¡Rabiosa madre de Hades, que respira para los suyos Ares sin tregua! ¡Qué alarido de triunfo ha lanzado la mujer toda audacia, como en una batalla victoriosa! ¡Y finge alegrarse de un retorno feliz! Y sí no me creéis, me es igual.
¿Qué importa? Lo que ha de ser, llegará. Y tú, estando presente, pronto me dirás, lleno de lástima, que soy una adivina demasiado verídica. Digo que vas a ver la muerte de Agamenón. Ningún dios salvador guía mis palabras. Tú haces plegarías, pero ellos se cuidan de matar.  Demasiado te extravías de mis profecías.
¡Ah, ah! ¿Qué fuego avanza sobre mí? ¡Oh, oh, Apolo Licio! ¡Ay, ay de mí! Esta leona de dos píes que yace con el lobo, por ausencia del león generoso, me matará a mí, míserable. Como sí preparara un veneno, añadirá a su poción también un salario para mí. Se jacta, afilando el puñal contra el varón, que también me matará a mí como paga de mí llegada aquí. ¿Por qué entonces llevo estos adornos risibles para mí, el bastón y las guirnaldas fatídicas alrededor del cuello? Os destruiré antes de mí muerte. Id a la perdición: así, arrojándoos al suelo, os pago. Colmad de calamidad a otro en vez de a mí. He aquí, Apolo desnudándome él mismo del vestido de profetisa, contemplándome bajo estos ornamentos el hazmerreír unánime de amigos y enemigos. Como una vagabunda de casa en casa en busca de limosna, soportaba ser llamada mendiga, miserable, hambrienta. Y ahora el profeta que me hizo Profetisa me ha conducido a este destino de muerte: en vez del altar patrio me espera un tajo, ensangrentado con la caliente de mi degüello. Más no moriremos impunes por parte de los dioses: vendrá un vengador nuestro, un hijo matricida que hará pagar la muerte de su padre. Desterrado, errante, extranjero a esta tierra, vendré para coronar estas desgracias de los suyos; pues los dioses han jurado un gran juramento, que le traerá el cuerpo yacente de su padre. ¿Por qué, entonces, enternecida, gimo así? Habiendo visto cómo trataron a Troya, los que tomaron la ciudad terminan de este modo por juicio de los dioses. Vamos, voy a entrar y seré fuerte para morir. Saludo en estas puertas a las del Hades: ruego sólo un golpe certero para que, sin convulsiones, derramando dulcemente mi sangre, cierre estos ojos. No hay salida posible, extranjeros, en el tiempo. Mas morir de forma gloriosa es una gracia para un mortal. (Casandra se marcha hacia el palacio, pero se vuelve cede asustada.)¡Ay padre, tú y tus nobles hijos!  ¡Ah, ah! Es un hedor como el que sale de un sepulcro.Basta ya de vida. ¡Oh extranjeros! No lloro como un pájaro que pía de miedo ante una mata, sino porque, una vez muerta, deis testimonio cuando una mujer muera, a cambio de mí y un hombre caiga a cambio de otro mal casado. Es el presente de hospitalidad que pido a la hora de morir. Deseo aún decir una palabra o un lamento por mí misma. Al sol, hacia su última luz, imploro: que mis asesinos paguen a mis vengadores la deuda de esta esclava muerta, de tan fácil presa.
(Casandra entra en Palacio. Se oye un grito de Agamenón, procedente del palacio.)

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