Clitemnestra.
No me avergonzaré de decir lo
contrario de muchas cosas dichas antes oportunamente. Pues, ¿cómo el que
prepara acciones enemigas contra sus enemigos que fingen ser amigos, podría
tender los hilos de la perdición a mayor altura que su salto? Este encuentro no
he dejado de meditarlo hace tiempo: la lucha del desquite ha venido a la postre
y estoy donde he herido, sobre la obra realiza
da. La realicé de manera -y no lo
negaré- que no pudiera huir ni evitar su muerte. En torno suyo extiendo una red
sin escape, como la de los peces, una tela de fatal riqueza. Le hiero dos
veces, y con dos gemidos se debilitan sus miembros; caído ya, le doy un tercer
golpe, ofrenda votiva al Hades subterráneo, salvador de los muertos. Así,
cayendo, exhala su alma, y lanzando con su aliento un vómito impetuoso de
sangre, me alcanza con las negras gotas de sangriento rocío, alegrándome no
menos que la lluvia de Zeus alegra a los sembrados al brotar la semilla.
Así están las cosas, ancianos
venerables de Argos; podéis regocijarnos si os place; yo me ufano de ellas. Si
fuera lícito verter libaciones sobre el cadáver, sería justo hacerlo aquí, e
incluso más que justo. Pues éste ha llenado de tal manera en el palacio la
crátera de crímenes malditos, que ahora a su regreso él mismo la ha apurado. Me
probáis como si fuera una mujer irreflexiva. Pero yo os hablo, bien lo sabéis,
con un corazón valiente, y me es igual si queréis elogiarme o condenarme. Este
es Agamenón, mi esposo, cadáver por obra de esta mano derecha, trabajo de justo
artífice.
Ahora me castigas al exilio,
lejos de la ciudad y a soportar el odio de los ciudadanos y las maldiciones del
pueblo. Entonces nada hiciste contra este hombre que, sin importarle, como si
se tratara de la muerte de una res entre innumerables ovejas de lanudos
rebaños, sacrificó a su hija, mi parto más querido, para encantar los vientos
tracios. ¿No era a éste al que debías haber desterrado de este país, como
castigo a sus crímenes? En cambio, al enterarte de mis crímenes, eres un juez
implacable. Mas yo te digo que puedes lanzar estas amenazas con la convicción
de que estoy preparada del mismo modo: si me vences con tu mano, gobernarás;
pero si la divinidad decide lo contrario, aprenderás, aunque sea tarde, a ser
prudente.
¿Y tú quieres oír la sagrada ley
de mis juramentos? Por Justicia que ha vengado a mi hija; por Ate y por Erinis,
a quienes he sacrificado a este hombre, no se me ocurre ni pensarlo que el
temor pise este palacio mientras encienda el fuego de mi hogar Egisto, leal a
mí como hasta ahora. Ése es para mí fuerte escudo de mi confianza.. Yace en
tierra al que ha injuriado a esta mujer, felicidad de las Criseidas bajo Ilión;
y también esa esclava y adivina, la profetisa que compartió su lecho, fiel
concubina, que ha desgastado junto a él los bancos de la nave. Ambos han tenido
lo que merecían. Pues él, así, sin más, y ella después de cantar el último
lamento de la muerte, yace, su amante, y me la ha traído el propio marido para
condimento de mi gozo.
No invoques, abrumado por estas
cosas, un destino de muerte. No vuelvas tu ira contra Helena, cruel destructora
de hombres, como si ella sola hubiera perdido las almas de muchos dánaos y
provocado un dolor incurable. Ahora has
rectificado la sentencia de tus labios, invocando al genio que tres veces se ha
saciado de esta familia. Es él que alimenta en las entrañas este deseo de lamer
sangre, y antes que cese el mal antiguo se declara un nuevo absceso. Aseguras
que esto es obra mía: no consideres que soy la esposa de Agamenón. Tomando la
forma de la mujer di este muerto, el antiguo, amargo Alastor, cruel anfitrión
de Atreo, lo ofreció en pago, sacrificando un adulto en venganza por unos niños.
No, innoble no creo que haya sido
la muerte de éste. Pues ¿no es éste quien ha traído una dolosa calamidad a la
casa? Sufrió merecidamente por lo que hizo sufrir a mi retoño nacido de él, mi
Ifigenia tan llorada. Que no se jacte demasiado en el Hades: con su muerte a
filo de espada ha pagado todo cuanto hizo. No te concierne preocuparte de este
cuidado. Por mis manos cayó y murió y también le enterraremos, acompañado no de
los llantos de los de su casa, sino que Ifiginia, mi hija, cual conviene, saldrá
dulcemente al encuentro de su padre, junto al impetuoso río de los dolores y,
abrazándole, le besará.
Verdad dices; tus palabras son un oráculo.
Pues bien; yo quiero, concluyendo un pacto con el demon de los Plisténidas,
sufrir esta situación por dura que sea; pero, para el futuro, que saliendo de
esta casa abrume a otra familia con muertes intestinas. Me basta, en absoluto,
con tener una parte de los bienes, si puedo quitar del palacio la locura de
recíprocas matanzas.
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