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Mariana Pineda (ESCENA IX)

Obra: Mariana Pineda, de Federico García Lorca


Mariana. (Cantando.)

Yo que soy contrabandista
y campo por mis respetos
y a todos los desafío
Porque a nadie tengo miedo.
¡Ay! ¡Ay!
¡Ay, muchachos! ¡Ay, muchachas!
¿Quién me compra hilo negro?
Mi caballo está rendido
¡y yo me muero de sueño!
¡Ay!
¡Ay! Que la ronda ya viene
y se empezó el tiroteo.
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Caballito mío,
caballo mío, careto.

¡Ay! ¡Ay! Caballito mío,
¡Ay! Caballo, ve ligero.
¡Ay! Caballo, que me muero.

 (Ha de cantar con un admirable y desesperado sentimiento, escuchando los pasos de Pedrosa por la escalera.)

ESCENA IX
Las cortinas del fondo se levantan, y aparece Chavela, aterrada, con el candelabro de tres bujías en la mano, y la otra puesta sobre el pecho. Pedrosa, vestido de negro, con capa, llega detrás. Pedrosa es un tipo seco, de una palidez intensa y de una admirable serenidad. Dirá las frases con ironía muy velada, y mirará minuciosamente a todos lados, pero con corrección. Es antipático. Hay que huir de la caricatura. Al entrar Pedrosa, Mariana deja de tocar y se levanta del fortepiano. Silencio.

MARIANA.
Adelante.
PEDROSA. (Adelantándose.)
Señora, no interrumpa por mí la cancioncilla que ahora mismo entonaba.
(Pausa.
MARIANA. (Queriendo sonreír.)
La noche estaba triste
y me puse a cantar.
(Pausa.)
PEDROSA.
He visto luz en su balcón y quise visitarla. Perdone si interrumpo sus quehaceres.

MARIANA.
Se lo agradezco mucho.

PEDROSA.
¡Qué manera de llover!
(Pausa. En esta escena habrá pausas imperceptibles y rotundos silencios instantáneos, en los cuales luchan desesperadamente las almas de los dos personajes. Escena
delicadísima de matizar, procurando no caer en exageraciones que perjudiquen su emoción. En esta escena se ha de notar mucho más lo que no se dice que lo que se está hablando. La lluvia, discretamente imitada y sin ruido excesivo, llegará de cuando en cuando a llenar silencios.)

MARIANA. (Con intención.)¿Es muy tarde? (Pausa.)

PEDROSA. (Mirándola fijamente, y con intención también.)
Sí, muy tarde. El reloj de la Audiencia ya hace rato que dio las once.

MARIANA. (Serena a indicando asiento a Pedrosa.)
No las he sentido.

PEDROSA. (Sentándose.)
Yo las sentí lejanas. Ahora vengo de recorrer las calles silenciosas, calado hasta los huesos por la lluvia, resistiendo ese gris fino y glacial que viene de la Alhambra.

MARIANA. (Con intención y rehaciéndose.)
El aire helado, que clava agujas sobre los pulmones y para el corazón.

PEDROSA. (Devolviéndole la ironía.) Pues ese mismo. Cumplo deberes de mi duro cargo. Mientras que usted, espléndida Mariana, en su casa, al abrigo de los vientos, hace encajes... o borda... (Como recordando.) ¿Quién me ha dicho que bordaba muy bien?

MARIANA. (Aterrada, pero con cierta serenidad.)¿Es un pecado?

PEDROSA. (Haciendo una seña negativa.) El Rey nuestro Señor, que Dios proteja, (Se inclina.) se entretuvo bordando en Valençay con su tío el infante don Antonio.  Ocupación bellísima.

MARIANA. (Entre dientes.) ¡Dios mío!

PEDROSA.
¿Le extraña mi vlslta?

MARIANA. (Tratando de sonreír.)
¡No!
PEDROSA. (Serio.)
¡Mariana! (Pausa.)Una mujer tan bella como usted, ¿no siente miedo de vivir tan sola?

MARIANA.
¿Miedo? Ninguno.
PEDROSA. (Con intención.)
Hay tantos liberales y tantos anarquistas por Granada, que la gente no vive muy segura.
(Firme.)¡Usted ya todo sabrá!
MARIANA. (Digna.)
¡Señor Pedrosa! ¡Soy mujer de mi casa y nada más!
PEDROSA. (Sonriendo.)
Y yo soy juez. Por eso me preocupo de estas cuestiones. Perdonad, Mariana.
Pero hace ya tres meses que ando loco sin poder capturar a un cabecilla...(Pausa. Mariana trata de escuchar y juega con su sortija, conteniendo su angustia y su indignación.)

PEDROSA. (Como recordando, con frialdad.) Un tal don Pedro de Sotomayor.

MARIANA.
Es probable que esté fuera de España.

PEDROSA.
No; yo espero que pronto será mío. (Al oír esto Mariana, tiene un ligero desvanecimiento nervioso; lo suficiente para que se le escape la sortija de la mano, o más bien, la arroja ella para evitar la conversación.)

MARIANA. (Levantándose.)
¡Mi sortija!

PEDROSA. ¿Cayó? (Con intención.)Tenga cuidado.

MARIANA. (Nerviosa.)
Es mi anillo de bodas; no se mueva, vaya a pisarlo. (Busca.)

PEDROSA.
Está muy bien.

MARIANA.
Parece que una mano invisible lo arrancó.
PEDROSA.
Tenga más calma. (Frío.) Mire. (Señala al sitio donde ve el anillo, al mismo tiempo que avanzan.) ¡Ya está aquí! (Mariana se inclina para recogerlo antes que Pedrosa, éste queda a su lado, y en el momento de levantarse Mariana, la enlaza rápidamente y la besa.)

MARIANA. (Dando un grito y retirándose.) ¡Pedrosa! (Pausa. Mariana rompe a llorar indignada.)

PEDROSA.
¡Mi señora Mariana, esté serena!

MARIANA. (Arrancándose desesperada y cogiendo a Pedrosa por la solapa.)
¿Qué piensa de mí? ¡Diga!

PEDROSA. (Impasible.)
¡Muchas cosas!

MARIANA.
Pues yo sabré vencerlas. ¿Qué pretende? Sepa que yo no tengo miedo a nadie.
Como el agua que nace soy de limpia, y me puedo manchar si usted me toca;
pero sé defenderme. ¡Salga pronto!

PEDROSA. (Fuerte y lleno de ira.)¡Silencio! (Pausa. Frío.)Quiero ser amigo suyo. Me debe agradecer esta visita.

MARIANA. (Fiera.)
¿Puedo yo permitir que usted me insulte? ¿Qué penetre de noche en mi vivienda
para que yo..., ¡canalla!...? No sé cómo...(Se contiene.)¡Usted quiere perderme!

PEDROSA. (Cálido.)
¡Lo contrario! Vengo a salvarla.

MARIANA. (Bravía.)
¡No lo necesito! (Pausa.)

PEDROSA. (Fuerte y dominador, acercándose con una agria sonrisa.)
¡Mariana! ¿Y la bandera?

MARIANA. (Turbada.) ¿Qué bandera?

PEDROSA.
¡La que bordó con estas manos blancas (Las coge.) en contra de las leyes y del Rey!

MARIANA.
¿Qué infame le mintió?

PEDROSA. (Indiferente.)
¡Muy bien bordada! De tafetán morado y verdes letras. Allá, en el Albaycín, la recogimos, y ya está en mi poder como tu vida. Pero no temas; soy amigo tuyo. (Mariana queda ahogada.)

MARIANA. (Casi desmayada.)
Es mentira, mentira.

PEDROSA. (Bajando la voz y apasionándose.)Yo te quiero mía, Me has despreciado siempre; pero ahora puedo apretar tu cuello con mis manos, este cuello de nardo transparente, y me querrás porque te doy la vida.



MARIANA. (Tierna y suplicante en medio de su desesperación, abrazándose a Pedrosa.) ¡Tenga piedad de mí! ¡Si usted supiera! Y déjeme escapar. Yo guardaré su recuerdo en las niñas de mis ojos. ¡Pedrosa, por mis hijos!...

PEDROSA. (Abrazándola sensual.)
La bandera no la has bordado tú, linda Mariana, y ya eres libre porque así lo quiero...
(Mariana, al ver cerca de sus labios los de Pedrosa, lo rechaza, reaccionando de una
manera salvaje.)

MARIANA.
¡Eso nunca! ¡Primero doy mi sangre! Que me cuesta dolor, pero con honra. ¡Salga de aquí!

PEDROSA. (Reconviniéndola.)
¡Mariana!

MARIANA.
¡Salga pronto!

PEDROSA. (Frío y reservado.) ¡Está muy bien! Yo seguiré el asunto
y usted misma se pierde.

MARIANA.
¡Qué me importa! Yo bordé la bandera con mis manos; con estas manos, ¡mírelas, Pedrosa!, y conozco muy grandes caballeros que izarla pretendían en Granada.
¡Más no diré sus nombres!
PEDROSA.
¡Por la fuerza delatará! ¡Los hierros duelen mucho, y una mujer es siempre una mujer!
¡Cuando usted quiera me avisa!

MARIANA.
¡Cobarde! ¡Aunque en mi corazón clavaran vidrios no hablaría! (En un arranque.) ¡Pedrosa, aquí me tiene!

PEDROSA.
¡Ya veremos!

MARIANA.
¡Clavela, el candelabro! (Entra Clavela aterrada, con las manos cruzadas sobre el pecho.)

PEDROSA.
No hace falta, señora. Queda usted detenida en el nombre de la Ley.

MARIANA.
¿En nombre de qué ley?

PEDROSA. (Frío y ceremonioso.)¡Buenas noches!  (Sale.)

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