Yo que soy contrabandista
y campo por mis respetos
y a todos los desafío
Porque a nadie tengo miedo.
¡Ay! ¡Ay!
¡Ay, muchachos! ¡Ay, muchachas!
¿Quién me compra hilo negro?
Mi caballo está rendido
¡y yo me muero de sueño!
¡Ay!
¡Ay! Que la ronda ya viene
y se empezó el tiroteo.
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Caballito mío,
caballo mío, careto.
¡Ay! ¡Ay! Caballito mío,
¡Ay! Caballo, ve ligero.
¡Ay! Caballo, que me muero.
(Ha de cantar con un admirable y desesperado
sentimiento, escuchando los pasos de Pedrosa por la escalera.)
ESCENA
IX
Las cortinas
del fondo se levantan, y aparece Chavela, aterrada, con el candelabro de tres
bujías en la mano, y la otra puesta sobre el pecho. Pedrosa, vestido de negro,
con capa, llega detrás. Pedrosa es un tipo seco, de una palidez intensa y de
una admirable serenidad. Dirá las frases con ironía muy velada, y mirará
minuciosamente a todos lados, pero con corrección. Es antipático. Hay que huir
de la caricatura. Al entrar Pedrosa, Mariana deja de tocar y se levanta del
fortepiano. Silencio.
MARIANA.
Adelante.
PEDROSA. (Adelantándose.)
Señora, no interrumpa por mí la
cancioncilla que ahora mismo entonaba.
(Pausa.
MARIANA. (Queriendo
sonreír.)
La noche estaba triste
y me puse a cantar.
(Pausa.)
PEDROSA.
He visto luz en su balcón y quise
visitarla. Perdone si interrumpo sus quehaceres.
MARIANA.
Se lo agradezco mucho.
PEDROSA.
¡Qué manera de llover!
(Pausa.
En esta escena habrá pausas imperceptibles y rotundos silencios instantáneos, en
los cuales luchan desesperadamente las almas de los dos personajes. Escena
delicadísima
de matizar, procurando no caer en exageraciones que perjudiquen su emoción. En
esta escena se ha de notar mucho más lo que no se dice que lo que se está
hablando. La lluvia, discretamente imitada y sin ruido excesivo, llegará de
cuando en cuando a llenar silencios.)
MARIANA. (Con
intención.)¿Es
muy tarde? (Pausa.)
PEDROSA. (Mirándola
fijamente, y con intención también.)
Sí, muy tarde. El reloj de la
Audiencia ya hace rato que dio las once.
MARIANA. (Serena a
indicando asiento a Pedrosa.)
No las he sentido.
PEDROSA. (Sentándose.)
Yo las sentí lejanas. Ahora vengo de
recorrer las calles silenciosas, calado hasta los huesos por la lluvia,
resistiendo ese gris fino y glacial que viene de la Alhambra.
MARIANA. (Con
intención y rehaciéndose.)
El aire helado, que clava agujas
sobre los pulmones y para el corazón.
PEDROSA. (Devolviéndole
la ironía.) Pues
ese mismo. Cumplo deberes de mi duro cargo. Mientras que usted, espléndida
Mariana, en su casa, al abrigo de los vientos, hace encajes... o borda... (Como
recordando.) ¿Quién me ha dicho que bordaba muy bien?
MARIANA. (Aterrada,
pero con cierta serenidad.)¿Es un pecado?
PEDROSA. (Haciendo
una seña negativa.) El Rey nuestro Señor, que Dios proteja, (Se
inclina.) se
entretuvo bordando en Valençay con su tío el infante don Antonio. Ocupación bellísima.
MARIANA. (Entre
dientes.) ¡Dios
mío!
PEDROSA.
¿Le extraña mi vlslta?
MARIANA. (Tratando
de sonreír.)
¡No!
PEDROSA. (Serio.)
¡Mariana! (Pausa.)Una mujer tan bella
como usted, ¿no siente miedo de vivir tan sola?
MARIANA.
¿Miedo? Ninguno.
PEDROSA. (Con
intención.)
Hay tantos liberales y tantos
anarquistas por Granada, que la gente no vive muy segura.
(Firme.)¡Usted ya todo
sabrá!
MARIANA. (Digna.)
¡Señor Pedrosa! ¡Soy mujer de mi
casa y nada más!
PEDROSA. (Sonriendo.)
Y yo soy juez. Por eso me preocupo de
estas cuestiones. Perdonad, Mariana.
Pero hace ya tres meses que ando
loco sin poder capturar a un cabecilla...(Pausa. Mariana trata de escuchar
y juega con su sortija, conteniendo su angustia y su indignación.)
PEDROSA.
(Como
recordando, con frialdad.) Un tal don Pedro de Sotomayor.
MARIANA.
Es probable que esté fuera de
España.
PEDROSA.
No; yo espero que pronto será mío. (Al oír
esto Mariana, tiene un ligero desvanecimiento nervioso; lo suficiente para que
se le escape la sortija de la mano, o más bien, la arroja ella para evitar la
conversación.)
MARIANA. (Levantándose.)
¡Mi sortija!
PEDROSA.
¿Cayó?
(Con
intención.)Tenga
cuidado.
MARIANA. (Nerviosa.)
Es mi anillo de bodas; no se mueva,
vaya a pisarlo. (Busca.)
PEDROSA.
Está muy bien.
MARIANA.
Parece que una mano invisible lo arrancó.
PEDROSA.
Tenga más calma. (Frío.) Mire. (Señala
al sitio donde ve el anillo, al mismo tiempo que avanzan.) ¡Ya está aquí! (Mariana
se inclina para recogerlo antes que Pedrosa, éste queda a su lado, y en el
momento de levantarse Mariana, la enlaza rápidamente y la besa.)
MARIANA. (Dando un
grito y retirándose.) ¡Pedrosa! (Pausa. Mariana rompe a llorar indignada.)
PEDROSA.
¡Mi señora Mariana, esté serena!
MARIANA. (Arrancándose
desesperada y cogiendo a Pedrosa por la solapa.)
¿Qué piensa de mí? ¡Diga!
PEDROSA. (Impasible.)
¡Muchas cosas!
MARIANA.
Pues yo sabré vencerlas. ¿Qué
pretende? Sepa que yo no tengo miedo a nadie.
Como el agua que nace soy de limpia,
y me puedo manchar si usted me toca;
pero sé defenderme. ¡Salga pronto!
PEDROSA. (Fuerte y
lleno de ira.)¡Silencio! (Pausa. Frío.)Quiero ser amigo suyo. Me debe agradecer
esta visita.
MARIANA. (Fiera.)
¿Puedo yo permitir que usted me
insulte? ¿Qué penetre de noche en mi vivienda
para que yo..., ¡canalla!...? No sé
cómo...(Se
contiene.)¡Usted
quiere perderme!
PEDROSA. (Cálido.)
¡Lo contrario! Vengo a salvarla.
MARIANA. (Bravía.)
¡No lo necesito! (Pausa.)
PEDROSA. (Fuerte y
dominador, acercándose con una agria sonrisa.)
¡Mariana! ¿Y la bandera?
MARIANA. (Turbada.)
¿Qué
bandera?
PEDROSA.
¡La que bordó con estas manos
blancas (Las
coge.) en
contra de las leyes y del Rey!
MARIANA.
¿Qué infame le mintió?
PEDROSA. (Indiferente.)
¡Muy bien bordada! De tafetán morado
y verdes letras. Allá, en el Albaycín, la recogimos, y ya está en mi poder como
tu vida. Pero no temas; soy amigo tuyo. (Mariana queda ahogada.)
MARIANA. (Casi
desmayada.)
Es mentira, mentira.
PEDROSA. (Bajando
la voz y apasionándose.)Yo te quiero mía, Me has despreciado siempre; pero ahora puedo
apretar tu cuello con mis manos, este cuello de nardo transparente, y me
querrás porque te doy la vida.
MARIANA. (Tierna y
suplicante en medio de su desesperación, abrazándose a Pedrosa.) ¡Tenga piedad de
mí! ¡Si usted supiera! Y déjeme escapar. Yo guardaré su recuerdo en las niñas
de mis ojos. ¡Pedrosa, por mis hijos!...
PEDROSA. (Abrazándola
sensual.)
La bandera no la has bordado tú,
linda Mariana, y ya eres libre porque así lo quiero...
(Mariana,
al ver cerca de sus labios los de Pedrosa, lo rechaza, reaccionando de una
manera
salvaje.)
MARIANA.
¡Eso nunca! ¡Primero doy mi sangre! Que
me cuesta dolor, pero con honra. ¡Salga de aquí!
PEDROSA. (Reconviniéndola.)
¡Mariana!
MARIANA.
¡Salga pronto!
PEDROSA. (Frío y
reservado.) ¡Está
muy bien! Yo seguiré el asunto
y usted misma se pierde.
MARIANA.
¡Qué me importa! Yo bordé la bandera
con mis manos; con estas manos, ¡mírelas, Pedrosa!, y conozco muy grandes
caballeros que izarla pretendían en Granada.
¡Más no diré sus nombres!
PEDROSA.
¡Por la fuerza delatará! ¡Los
hierros duelen mucho, y una mujer es siempre una mujer!
¡Cuando usted quiera me avisa!
MARIANA.
¡Cobarde! ¡Aunque en mi corazón
clavaran vidrios no hablaría! (En un arranque.) ¡Pedrosa, aquí me
tiene!
PEDROSA.
¡Ya veremos!
MARIANA.
¡Clavela, el candelabro! (Entra
Clavela aterrada, con las manos cruzadas sobre el pecho.)
PEDROSA.
No hace falta, señora. Queda usted
detenida en el nombre de la Ley.
MARIANA.
¿En nombre de qué ley?
PEDROSA. (Frío y ceremonioso.)¡Buenas
noches! (Sale.)
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